Enjalbegar la conciencia

J.F.R.P.
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«Dejar prescribir delitos y penas, como archivar comportamientos deleznables, por mucha pintura que echemos, no limpia tanta fachada ensuciada»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. - Foto: E.P.

Hay determinadas palabras que nos engarzan inexorablemente al pasado, porque buena parte de los ciudadanos españoles almacenan en su memoria recuerdos de vida en poblaciones pequeñas, de donde salieron sus abuelos y padres para encontrar otros futuros; por eso no es raro evocar esa imagen del periódico enjalbegue de las fachadas, que suponía desinfectar y limpiar blanqueando. No es descabellado buscar similitudes con otros comportamientos, que nada tienen que ver con tareas y valores respetables, porque los hay que ensucian con maldades su actividad personal y social. Verdaderos sinvergüenzas avasallan al prójimo enturbiando la armonía colectiva transgrediendo normas mientras abusan de su privilegiada posición profesional. No es complicado repasar en nuestro entorno para conocer personas despreciables fardando de prebendas económicas o políticas, al tiempo que se engalanan de oropeles y lisonjas.

Hay demasiados aduladores poniendo la mano para ir recogiendo migajas, que dejan caer los paladines de la falacia. Reconocer errores y mostrar propósito de enmienda no dejaría de ser un ejercicio de humildad para que la buena gente perdone regalando aprecio y grandeza ejemplar. Verse descubierto un tramposo, que no es un mal nacido, puede servir para recomponer su conducta y hacerle recuperar algo de su saldo perdido en dignidad.

Sin embargo, no faltan los que se enrocan de tal modo, que supone un auténtico reto legal y social poder retribuirlos adecuadamente como se deberían merecer. No siempre esta sociedad de lánguidos muestra su pretendido capital ético para exigir responsabilidades a tanto malvado con suerte. Y esos arrepentidos, a pesar de haber  repartido vomitado estropicios, deciden jalbegar su fachada desinfectándola y adecentando la apariencia moral. No faltará quien decida colaborar con ellos para mezclar su agua y la cal precisa. Desgraciadamente, cuando los perversos tienen ocasión, alargan su perturbadora actividad blanqueando engañosamente fachadas ensombrecidas por delitos y desgracias estafando de nuevo a los ciudadanos con la calidad de productos, carentes de capacidad para limpiar y desinfectar. Limpiar la historia terrorista reciente no es otra cosa que despreciar sentimientos muy dignos. Ignorar la traición no es más que denigrar la sensibilidad colectiva de la gente de bien. Disimular escabrosas prebendas infectadas de podredumbre mediante papel pintado de vergüenza ajena es maldecir el presente de muchos ciudadanos, que temen una deriva desastrosa para su futuro. Esconder mejunjes de los delincuentes, disfrazados sobre el escenario del poder, destroza una seguridad jurídica ensuciando su piel. Dejar prescribir delitos y penas, como archivar comportamientos deleznables, por mucha pintura que echemos, no limpia tanta fachada ensuciada. En estos días, nuestros representantes políticos han estado recogiendo sus maletines para tomar posesión legal de un escaño. Habrá quien imagine que en esos portafolios marrones llevan manuales para ejercer su función con honorabilidad y respeto a los ciudadanos. Otros, porque son más suspicaces, pensarán que llevan normas de cómo apretar los botones de su escaño, obedecer a ciegas y tragar sapos para cumplir el ideario de su empresa política, por infecta que sea.

No debemos olvidar a quienes han dejado de ser diputados y senadores, que votaron determinadas leyes, enmohecidas con incompetencia e improvisación, sin cuestionarlas, para seguir las decisiones imperativas de quienes rellenaban sus bolsillos. Es probable que alguna de esas conciencias, ajadas por el uso y la suciedad, necesite una mano de agua con cal. Habría que escuchar a los que apretaron un botón, sin cuestionar semejante atrocidad, reconociendo su culpa mostrando propósito de enmienda. Para no pocos seres cabales, empeñados en la verdad y honor, sería razonable otorgar perdones o exigir retribución legal y moral. Hemos visto a determinados representantes políticos desfilando con descaro por el pasillo del Congreso de los Diputados. Pareciera que no muestran demasiado interés por enjalbegar adecuadamente sus conciencias.