Editorial

El agua como arma de guerra, punto de inflexión en la invasión de Ucrania

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La invasión rusa de Ucrania sigue mostrando su lado más descarnado. Este martes, la voladura de la presa de Kajovka, en la central hidroeléctrica del mismo nombre, sembraba el pánico en el área de influencia del río Dniéper con miles de personas evacuadas, con cerca de 80 municipios, próximos a la central, amenazados de inundación y con otras consecuencias todavía incalculables. Continúa el cruce de acusaciones entre Ucrania y Rusia en torno a la autoría de la detonación que, atendiendo a la brutalidad del ataque, resulta acorde al 'modus operandi' del país invasor. Los antecedentes juegan en su contra. La ofensiva cobra un cariz especial al tratarse de un ataque sobre una infraestructura energética, con lo que supone para el ahogamiento económico del país agredido y para la incertidumbre sobre la vida de los vecinos de la región ucraniana de Jersón, tantas veces triste protagonista desde que Rusia comenzará las hostilidades.

Las imágenes que deja el ataque son dantescas. Propias de la huella de un genocida acostumbrado a no dejar vida a su paso. Ni tan siquiera en las zonas de ocupación rusa, curiosamente las más afectadas por el derribo de la presa. De confirmarse la acción, Rusia incurriría en un crimen de guerra al violar el artículo 56 de la Convención de Ginebra que garantiza la protección de "obras e instalaciones que contienen fuerzas peligrosas". Como agravante, juega con fuego. La cercanía de la presa a la central nuclear de Zaporiyia, tomada por los rusos y considerada la más de grande de Europa, eleva el riesgo de una acción con la que Putin vuelve a traspasar líneas rojas. Sin situarse en el escenario más crítico, la Organización Internacional de la Energía Atómica alertaba del descenso del nivel de agua destinado a enfriar la central. Junto a la amenaza directa sobre la población, hay que destacar los daños medioambientales y la afección sobre los cultivos del considerado 'granero de Europa'.

El ataque coincide con el inicio de la contraofensiva del ejército ucraniano, espoleado con la ayuda armamentística procedente de los países aliados, y estaría motivado por el objetivo de obstaculizar su avance dado que la central se encuentra en la confluencia del territorio controlado por Ucrania y la zona ocupada por Moscú. Sin sorpresas para Zelenski quien ya alertó el pasado octubre de la colocación de minas en la presa. Primero de manual de guerra, política de tierra quemada en el repliegue de las tropas rusas de Jersón que deja a Putin sin eximentes. No es la primera vez que el agua se convierte en arma de guerra. Stalin voló la presa de Zaporiyia en 1941 para frenar la progresión nazi. La fórmula parece repetirse. Se habla de nuevas sanciones, pero no es suficiente. La acometida rusa ha de marcar un punto de inflexión. Existe coincidencia entre los países aliados en condenar la "brutalidad" ejercida por Rusia. Una unanimidad que ha de traducirse, sin ningún tipo de ambages, en reforzar el apoyo a Ucrania en su camino hacia la victoria.