'El Buscón', un ejemplo de auténtico teatro

Miguel Á. Gallardo
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Crítica Teatral

Antonio Campos, durante la representación de ‘El Buscón’ en el Auditorio Municipal. - Foto: A. Pérez

Asistí al estreno nacional de El Buscón de Francisco de Quevedo en el Auditorio Municiapl de Albacete, (25 de septiembre, a las 21horas), una  coproducción de Albacity Corporation-TCure, adaptación y dirección de Juanma Cifuentes e interpretación de Antonio Campos. Un estreno nacional y local, no solo Madrid abre el telón a la temporada otoñal de teatro.

La vida del Buscón o Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños es una novela picaresca, en esta ocasión adaptada al teatro y en la que nos narra las aventuras y desventuras de su protagonista, El Buscón, sin pretensiones moralizantes sino las de hacernos reír con sus juegos de palabras y con dobles sentidos, y su crítica ácida, -nadie puede hacerse caballero desde la vileza-, narrada en primera persona y en donde su personaje central busca, como Buscarini, busca dentro de él, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres».

Interpretar, decía Peter Brook, requiere mucho esfuerzo, pero cuando lo consideramos como juego, deja de ser trabajo. Una obra de teatro es juego. Y Antonio Campos, único intérprete, juega y juega mucho durante una hora, solo y con un texto que además de memorizar hay que interpretar. Y lo hace bien. Estuvo concentrado, expresivo, espontáneo en determinados momentos y que el público aplaudió, comunicativo, simpático. Se gustó.

Antonio es un poco como los actores antiguos que se hacen mejores actores a base de tablas. Le avalan anteriores espectáculos, La maleta, Los celuloides de Jardiel, Ceniza, Los cantos de Canterbury y Los milagros de El Greco, en los que se ha ido curtiendo en la soledad dolorosa y placentera de interpretar solo en el escenario.

Es duro, de verdad...  pero también muy gratificante. Él no optó por el camino ancho del stand-up-comedy, que lo podía haber hecho, sino por ese camino estrecho y bastante más difícil del actor de teatro. El espacio escénico, la luz y la música eran muy sencillos y bellos; cuidado con mucho esmero y gusto, sello de identidad de Carlos G. Navarro, ayudaba el hecho de haber tapado el suelo del escenario con moqueta negra lo que lo realzaba y lo convertía en un auténtico teatro.

El final del espectáculo, doble final, fue lo único que me produjo cierta desfiguración. El público aplaudió, rió y también jugó con el actor, en ese doble juego inconsciente que les confunde.

Una gratísima velada teatral en la que doy la enhorabuena a la dirección y a todo el equipo. Ahora queda que El Buscón busque bolos. ¡Suerte!