Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El autobús

29/04/2023

Parece que el verano será de órdago. Hablar del tiempo es una norma de trato social         -al menos en las sociedades mediterráneas y en los países de sol-. Hemos recuperado, tras la pandemia -qué salubre es la memoria, cómo orilla los malos momentos, cómo te va recomponiendo- el compartir los ascensores de nuestra comunidad. Y en ese compartir, el pronóstico del tiempo sirve para recuperar el trato -de ahí al precio de los arriendos resta un paso corto-. El centro de la ciudad es peatonal y ha triunfado la calle Ancha -toda una arteria que se prolonga en el Paseo de la Libertad-. He vuelto, por asuntos judiciales, al autobús urbano. Hace muchos años me subí a un autobús muy distinto -qué recuerdo tan grato, el de Carlos Sempere- y procuré escribir un libro de Albacete a través de la línea 2 de entonces. Hablo de 1995 -el autobús subió la tarifa en un duro- y siempre digo y dije lo mismo: en los autobuses se habla del tiempo, de médicos y enfermedades, como de los alquileres. El hablar del tiempo sirve para todo, desde un simple saludo de tanteo, a que te den beligerancia para los asuntos de hospital -en el autobús jamás oí hablar de política y tampoco de fútbol-. La gente cuenta sus enfermedades, califica a los especialistas, compara a unos y otros dolientes -y así se van igualando, el autobús ha sido siempre muy popular-. Cuando el calor aprieta -y este verano no dará cuartel- yo recordaba cruzarme con José Antonio Tendero y con Juan Amo -un día hablaré del retrato perdido que Juan Amo hizo a mi padre- en el paso de peatones, justo a la salida de la Plaza de Gabriel Lodares; y en el mismo autobús detenido, por la acera derecha, veía caminar a don Francisco Pérez, con el que hablaba de Miguel Maura -y algún día habrá que hablar de la primacía de las aceras (no es lo mismo tener negocio en una u otra acera)-. Y en esa parada de Gabriel Lodares me bajaba yo muchos días a cambiar tabacos con Gaudencio Torres -él de camino a la Cámara de Comercio-; Gaudencio fumaba cigarros canarios, de mazo; y yo le cambiaba por cigarros de tripa corta, baratos, pero de Cuba, de José Luis Piedra. En el autobús se viaja sin calor-y es una aventura tomarlo al acaso y sin rumbo, quizá como observatorio de la memoria-.