Valeriano Belmonte realizó un repaso por el Albacete antiguo

Emilio Martínez
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El popular dibujante recordó vivencias, anécdotas y «pequeñas historias» de la tierra

Valeriano Belmonte recordó historias de la tierra. - Foto: E.M.

Un cierre de auténtico lujo para concluir el año 2023 de la serie Sábados Culturales organizados por el grupo paisano de la diáspora madrileña, que tuvo como protagonista a «uno de los más queridos y entrañables personajes albacetenses», como lo definió el periodista y escritor José Hervás, amigo de la niñez de Valeriano Belmonte, encargado de su presentación, mostrándose seguro de que no iba a defraudar, «sino todo lo contrario». Y así fue, cual se comentaba de forma generalizada como denominador común de todos y cada uno de los asistentes a la conferencia que bajo el título de Pequeñas historias de Albacete en las últimas siete décadas pronunció el invitado. Y que fue seguida de un animadísimo coloquio que la alargó casi hasta las dos horas, el doble de lo previsto.

Tal enunciado de charla, obligatorio para ponerlo en el boletín de actividades de la Asociación Cultural Albacete en Madrid e igualmente en el de la Casa Regional, donde tiene sede, sólo era una excusa. Porque el propio Valeriano, cuando se le contactó durante la pasada Feria por parte de algunos directivos del grupo  -tal y como habían pedido meses atrás muchos socios- a fin de que viajase a la capital española, ya adelantó que no le gustaba en demasía ceñirse a un titular. 

Y así lo refrendó al iniciar una intervención, taraceada de divertidas anécdotas, que rondó lo emotivo en bastantes ocasiones. Ya que, tras agradecer esta invitación que no creía merecer «dados los altos niveles intelectuales de otros paisanos que me consta han pasado por esta tribuna» que dijo seguir desde Albacete. «Bueno, queridos, yo soy muy parlanchín y siempre tengo rollo para mucho tiempo, pero si es de mi tierra, que es la vuestra, mucho más. Así que de qué queréis que os hable».    

A partir de ese momento llovieron sobre los paisanos un sinfín de historias, casi siempre vividas en primera persona durante su cerca de medio siglo de funcionario de Correos y Telégrafos, repartiendo telegramas. Además de sus ya conocidas virtudes de excelsa bonhomía, pronto salió a relucir la increíble memoria de Valeriano, capaz de recordar no sólo con fechas las pequeñas historias que relató, sino también con precisión de cirujano los establecimientos comerciales, domicilios particulares -con número y planta- de las calles albacetenses de todos los barrios, desde los más céntricos hasta los más alejados como el del Mortero Pertusa, Las Cañicas y el de La Estrella.

De este último, más conocido por El Cerrico y habitado por gitanos, relató que jamás sufrió ningún problema de ningún tipo con ellos: «Es verdad que tenían una mala fama a todas luces absolutamente injustificada e injusta, pero conmigo siempre se volcaron y me ayudaron a encontrar a los destinatarios de los telegramas que en ocasiones sólo ponían nombre y uno o ningún apellido, incluso el apodo, y ellos me acompañaban».  

De igual manera esta parte de su charla le sirvió para criticar las grandes pérdidas que ha sufrido Albacete en magníficos e históricos edificios ya desparecidos para siempre, entre los cuales destacó los «sangrantes casos de la antigua Audiencia, el Banco Central y el cine Capitol». Enlazando así con el repaso a otras salas cinematográficas cargadas de «pequeñas historias», como los Productores A y B, el Astoria, el Gran Hotel, el Carretas, el Avenida y el Carlos III.       

Dentro de la diversión general de su charla también hubo algún momento compulsivo cuando contó las reacciones de las personas a las que llevaba un telegrama avisando de la muerte de un familiar: «Yo me ponía a llorar con ellas». Fue cuando, en un salto inesperado a sus palabras, se emocionó con el recuerdo del reciente fallecimiento en el tanatorio municipal de Rafa Zapaterito al caerle encima una televisión que había que reparar. «Dios lo tendrá en su gloria, porque me acuerdo que siempre me ayudaba en los versos que yo preparaba, además de en los carnavales, donde era el encargado de quemar la sardina, y  en la Semana Santa».

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