Antonio García

Antonio García


Kenneth Anger

29/05/2023

Tina Turner podría haber entrado en un capítulo de Hollywood Babilonia si Kenneth Anger no hubiera circunscrito su relato de horrores al mundo del cine. Los dos acaban de morir en medio de una campaña electoral que también requeriría de un cronista de lo negro: fraudes y corruptelas por doquier contribuyentes a  emponzoñar unas elecciones que luego los cursis llamarán "una fiesta de la democracia". Kenneth Anger se sumió en los lodazales del Hollywood corrupto en dos libros canónicos –no se atrevió con un tercero por estar vivos los implicados- y obtuvo de ellos mayores réditos que con sus minoritarias películas: el escándalo en manos de un testigo genial también es arte. Tina Turner sobrevivió a las tragedias de su vida y es posible que la democracia también se sobreponga, aunque malparada, a los maltratos de los fraudulentos. El mundo del espectáculo, incluso en sus episodios más abyectos, tiene un glamour del que carece la política, y más la española, cuyos chanchullos de compraventa de votos, espionajes, transfuguismos y monarquías no han tenido a unos implacables Woodward/Bernstein que los cronifiquen o a un maestro de cotilleos que los aliñe con sal gorda. Y nuestros aireadores de trapos sucios tampoco se parecen a Robert Redford o Dustin Hoffman. Tenemos nuestras cloacas, nuestros fontaneros y nuestras gargantas profundas pero nos falta el narrador que pase a limpio lo sucio y arriesgue el pellejo en la denuncia. Kenneth Anger, apelando a su ocultismo, hubiera sacado más provecho de Pedro Sánchez –con ser una materia prima muy pobre-, que Rosa Diez, incapaz en Ciudadano Sánchez de extraer todo el azufre del demonio.