España se va a convertir en una fábrica de pobres. Para producir pobres hay una fórmula brillante, que consiste en aumentar los impuestos, no invertir en sectores que puedan generar empleo y, además, anunciar impuestos especiales a gusto del gobernante, como los que anunció Pedro I, El Mentiroso, sobre la Banca, esa especie de expropiación parcial. La inseguridad jurídica que producen simplemente los anuncios provocó la mayor bajada de la bolsa del último cuarto de siglo. Y la bolsa no es una cuestión sólo de ricos, porque cuando bajan las bolsas, suben los pobres.
Naturalmente, para que los pobres no lleguen a la desesperación, Pedro I, El Mentiroso, ha anunciado limosnas: unos euros para el alquiler, por aquí, unos euros para que el pobre se desplace gratis en tren, por allá, e incluso unos euros para que el pobre, aunque no llegue a fin de mes, pueda comer al menos las dos primeras semanas.
Cuantos más pobres se fabrican, más limosnas hay que dar, y entonces hay que subir más los impuestos, porque no llegan para tantos limosneros. La idea es darle un pellizco a la Banca, y la Banca, que es muy discreta, no dice nada, pero cuando el vicepobre acude a pedir un préstamo, o le dicen que no, o los intereses han aumentado para que el banco recaude y le dé al Gobierno el dinero que necesita para las limosnas.
Cuando ya hay tantos pobres que no llegan las limosnas, suele llegar la revolución, y el político avispado enarbola el banderín de enganche titulado "Los pobres al Poder", y se instaura la dictadura del proletariado, donde unos pocos pobres dejan de serlo y la inmensa mayoría sigue igual, pero con la tranquilidad de que hay pobres al mando de las empresas, todas ellas nacionalizadas. No es una hipérbole. Ha pasado en Venezuela. Y en Nicaragua. Fabricar pobres siempre tiene consecuencias.