Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Rubias y rubios

11/03/2023

Dicen que los caballeros las prefieren rubias. Y en esa devoción uno se ha preguntado cómo denominar a ese anuncio tan singular e innato de preferencia -las mujeres morenas ya presuponen-, en su belleza, y de cara al amante, como una exuberancia barroca, distante y distinta a la sugerencia de una mujer rubia. Balzac dejó escrito en Beatriz, que «Eva era rubia: las mujeres morenas descienden de Adán. Las rubias conservan algo de Dios, cuya mano dejó sobre Eva su último pensamiento, cumplida ya la Creación». Algo acontece -aunque lo sea de manera distinta y distante- hablando del hombre rubio. Para la inmensa mayoría -los morenos y no digamos los morenos del sur- el hombre rubio es un capricho doblado de rivalidad, algo en lo que uno pensó poco cuando se lanzó al febril asalto de una mujer. Habíamos olvidado que en Lamentaciones (4:7) se dice: «Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro». Como Balzac fue uno de los más grandes conocedores del mundo de la mujer fue capaz en definir el amor que todo hombre ha sentido alguna vez por una mujer fatal -sólo que la fatalidad es adjetivo que siempre nace de nosotros y nuestro juicio lastimado y no de aquélla-: «El amor, es decir: «la que yo quiero es una infame, me engaña y me engañará, es una perversa, hiede a humo de azufre del infierno…» y correr a sus brazos y ver en ella el azul del firmamento, las flores todas del Paraíso. Así es como amaba Molière, como amamos nosotros, los malos sujetos»           -los malos sujetos son de suyo, escritores-. Todas estas divagaciones yo no creo que sean antiguas o contrarias a cánones del feminismo y menos aún irrespetuosas -Balzac arroja un consejo en La interdicción-: «…cuando tengas la intención de conocer la edad de una mujer, mírale las sienes y la punta de la nariz». La religión asoció las mujeres rubias al pecado -no sólo Eva, también María Magdalena- quizá para evitar o hacer inasumible la fascinación -la atracción irresistible. Hubo una rubia arrebatadora de la que Balzac escribió: «parecía andar sobre las ondas de la calumnia, como el Salvador sobre las aguas del lago Tiberíades».