Me gustó leer aquella frase de Frida Kalho: «Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darías cuenta de lo especial que eres para mí». Tendemos a vernos pequeñitos, frágiles, insignificantes y lo cierto es que, aunque mascullemos la creencia de que para el resto del mundo no somos nadie, quizá para alguien seamos el mundo entero, al menos, la mitad del mundo.
Y es que no hay nada más relativo que la atracción y no hablo de la física, como tampoco hablo del deseo. Me refiero a ese momento en que disfrutas de la compañía de alguien que con su conversación, su tono de voz, su forma de mirar, su manera de gestualizar o su sonrisa, te hace sentir cómoda, en casa, tranquila y hasta segura. Son personas especialistas en alejar la tormenta.
Hay personas que contagian optimismo aun sin ser ellas conocedoras de esa virtud. También existe ese tipo de personas que te atraen porque transmiten esa sensación de confianza que te invita a bajar la guardia a destensar la mandíbula, a descalzarte, a aflojar el nudo de la corbata. Las hay. Ésas son las que más me atraen, las que todo lo hacen sencillo, o al menos que lo parezca, y es que la vida es mucho más sencilla de lo que nos empeñamos en creer. La felicidad, que supuestamente todos perseguimos, es mucho más sencilla también.
Quizá si consiguiéramos vernos con los ojos con los que los demás nos ven nos llevaríamos la grata sorpresa de no considerarnos tan irrelevantes o tan prescindibles.