Lo confieso, me genera un ligero rechazo esa costumbre que tienen algunas personas que, cuando te presentan a alguien, lo primero que indican es a qué se dedica profesionalmente o cuál es su formación académica, ya sabéis, aquello de «este es mi primo Miguel, es ingeniero» y yo siempre me pregunto si es necesario ese dato. Por esa misma regla de tres, podríamos proporcionar otra información complementaria como apuntar que cumple años en enero, o que de pequeño le arañó un gato, o que vive en un cuarto piso, o que usa una talla XL.
Es decir, socialmente damos mucha importancia al hecho de resaltar nuestra profesión o puesto de trabajo pero, llamadme romántica, creo que Miguel es muchas cosas más (y muchas más relevantes) que ingeniero. Miguel es de Albacete, es buena persona, es responsable, es voluntario en una ong, es amante de los animales, es generoso, es padre o es mi amigo.
Y es cierto que la formación es importante, muy importante, pero la educación lo es más y, convendréis conmigo que no siempre van de la mano. He conocido personas con un nivel de formación extraordinario y que son unas mal educadas y personas que nos saben leer y escribir que me han dado grandes muestras de educación.
Somos mucho más que nuestra profesión, por eso también me molesta cuando a nuestros niños les preguntamos qué quieren ser de mayor y los pequeños se centran en responder diferentes profesiones que van desde futbolista a maestro pasando por peluquero y, con cierta tristeza, echo en falta respuestas como «buena persona».