Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Lotería electoral

26/05/2023

Siempre he pensado que uno de los aspectos más opacos de nuestra democracia es la confección de las listas de candidatos. En el mejor de los mundos posibles, aquí se aplicarían criterios tales como la idoneidad, la experiencia y el mérito, es decir, exactamente los mismos que se exigen para realizar cualquier trabajo cualificado. Sin embargo, a la hora de seleccionar a quienes van a dedicarse a gestionar nuestro patrimonio y a resolver nuestros problemas, esas cuestiones pasan a un segundo plano, como evidencia el significativo número de indocumentados, esbirros y oportunistas que los partidos incluyen en sus listas. No es de extrañar que algunos candidatos, una vez elegidos para un cargo público, nos salgan rana, o que la amoralidad sea una lacra endémica de la clase política en este país. Esas cosas ocurren cuando un inútil se encuentra en un puesto de responsabilidad que debe rentabilizar antes de que su torpeza se vuelva tan notoria que tengan que echarlo. Quizás la solución pase por plantear ciertas exigencias para que alguien pueda convertirse en candidato. Hay un relato de Borges titulado La lotería de Babilonia en el que se cuenta que, en los sorteos de ese antiguo reino, no solamente se repartían premios, sino también castigos. Hay candidatos que concurren a las elecciones con la misma mentalidad que si jugaran a la lotería, es decir, a ver si les cae algo. Una idea interesante sería que los no elegidos, aquellos a los que el electorado desdeña, tuvieran que hacer frente a alguna penalización. Por ejemplo, una multa de importe elevado, 20 latigazos en la plaza pública o un recorrido en pelota picada por las calles principales de la ciudad, mientras el pueblo los abuchea y les arroja inmundicias. O quizás fuera suficiente con exigir cierta formación y ciertas pruebas de altura moral o, al menos, de no ser un sinvergüenza redomado. De las listas de Bildu y su plantel de asesinos, mejor ni hablamos.