Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El ocaso

06/05/2023

Francisco I, en Hungría, llora por el ocaso de la paz. Mi generación resultó ser privilegiada: recuperamos la democracia bajo un reinado providencial; ingresamos en la Europa de las democracias liberales y del pacto defensivo atlántico; arrumbamos el muro de Berlín y éramos valedores de la compleja posición israelí en el Medio Oriente. Si la antigua Grecia proclamó su triunfo en la Roma grande, el liberalismo de los padres fundadores de Norteamérica (libertad de comercio, de culto y de opinión) pulió la virilidad de la Revolución francesa. Fukuyama habló del final de la historia (no lo dijo así exactamente -se defendió luego, cuando la defensa era inútil-) y del triunfo del estado liberal y a todos nos pareció que éramos como una edad pletórica y ajena a la decadencia. Francisco I llora por el ocaso de la paz             -derrama lágrimas a la vista de algo que fina sin remedio -la paz- y se rebela frente al desconsuelo -en la retina Raquel llorando a sus hijos sin querer ser consolada, porque perecieron-. Nada queda del orden antiguo -es como si el tedio vital se hubiere apoderado de una civilización sin ritmo, dependiente y que retrocede al tiempo que sus vigilias resultan vanas e inanes- y nuestra historia ya no es armónica.(Spengler dijo que hay muchas cosas que se han tornado historia -es decir, «vida armónica con nuestra vida»). Cada desafuero interno de la política doméstica (de nuestra política) se multiplica y suma al desarmonizar que Bergoglio palpa en sus viajes. Ucrania más que la guerra es la pregunta fatal. Los viejos augures no pretendían revelar el futuro lejano, «sino resolver el caso particular que se presenta actualmente». Y en esa consideración Spengler notaba como una desmemoria -mejor carencia de memoria- inútil que ya no mantiene en el presente la imagen del pasado -en nuestro caso el desprecio a la Transición- y que nos precipita a la decadencia, la declinación y el abatimiento. En nuestro tiempo se expidieron documentos de paz y salvo -nada se adeudaba y así se certificaba y probaba-. Pero cada vez valen menos. Bergoglio llora en Hungría, quizá porque cada cultura tiene su propio criterio, cuya validez empieza en ella y termina con ella. Spengler lo dirá brutalmente: «No existe una moral universal humana».