Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Por qué me has abandonado

26/03/2024

Llega la Semana Santa albaceteña. Otra más. Uno recuerda aquellas de la mejor juventud, quitando la naftalina a los capirotes morados, a las túnicas blancas anudadas en botones negros, pasando la plancha a la imponente capa amarilla de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Aún mantengo el olor a torrija de madrugada hecha por la abuela cuando volvíamos de la más bella procesión que es la del Silencio, en la noche del Jueves Santo. Tuve la suerte de ser pregonero de la Semana Santa en 2015 (gracias, presidente José Manuel Hernández). Y con Marcial Marín y Ramiro López contribuir a su declaración de interés turístico nacional. Este Jueves Santo, especialmente, mirando a la luna llena que cubre mi casa de la sierra madrileña, me llegará el eco de los maderos que soportan el paso del Cristo del Consuelo en la procesión albaceteña del Silencio, la más genuina, la más castellana, la menos levantina. Esa procesión me impresiona por el eco del tambor en la noche y el sonido de los grilletes en los pies de los penitentes. Y, especialmente, por esos soportes luminosos que, en forma de cruz, recogen las últimas palabras de Jesús en su pasión. Especialmente me conmueve esa frase enigmática que los evangelistas Mateo y Marcos ponen en boca de un Jesús moribundo,  quien alrededor de las tres de la tarde y a gran voz exclama:  «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Una llamada desolada de un hijo dirigida a un Dios padre que no responde ante su tortura. La más ortodoxia teología dicen que no fue un grito de desesperación sino el comienzo por Jesús de uno de los salmos (el 22) más profundos del Salterio y que Él como buen judío conocía muy bien: «Elí, Elí, ¿lama sabactani?». Una llamada, sin embargo, a la fe, a la seguridad en Dios. Cuando observamos la tragedia de Ucrania, de Gaza y de los kibutz judíos, el terror en el teatro de Moscú, también nos preguntamos, como Jesús en la Cruz, dónde estás Dios mío, por qué les has abandonado. Y en ese momento de angustia, solo cabe regresar a los pies de la Cruz para invocar a Dios, con confianza, con Esperanza. Como hizo Jesús el Nazareno.