Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La velocidad del habla

14/05/2024

Las reglas de nuestra Academia se ocupan de la velocidad del habla. Las reglas están, de suyo, para la infracción doméstica del uso. Si la escritura es musical (la escritura es musical o es nada) del habla al párrafo siempre hay desatenciones que definen el estilo del escritor -y del hablante-. Alguien dijo que por el modo de caminar se adivina de un golpe al hombre, algo que ocurre con la velocidad del habla. El rango del español abarca desde las 130 hasta las 200 palabras por minuto. Por defecto nos hallamos ante un pelmazo y por exceso ante un maníaco. Olvidamos que el lenguaje es un don común que dicta ciertas disciplinas: fatigarlo lo empobrece (la verborrea) y estrecharlo lo acrisola. (Ahora, tomo el cronómetro, y me dispongo a leer esto que he escrito, dramatizándolo para hacerlo parecer al habla natural: el párrafo suma un minuto). La velocidad del habla -forzosamente- ha de tener en cuenta las pausas o los silencios, en ocasiones lo más importante de lo que se está diciendo. Pero hablamos, claro, de una medición estadística que puede soportar un hablar barroco o monástico. La velocidad del habla es importante: lo es para un informe judicial, no más de 10 minutos; basta con multiplicar la medición que hemos hecho del párrafo anterior -se sorprende uno de las cosas que se pueden decir en 10 minutos- para asombrarnos del derroche verbal y, seguramente, del empobrecimiento del lenguaje: quizá sea ésta la razón última de los opositores cuando cantan los temas, procurando no quedarse cortos y huyendo de haber consumido el turno sin acabar el tema asignado. Este duro esfuerzo de acompasar al habla con un determinado tempo musical quiere sustituirse por otro tipo de oposiciones menos severas que empobrecerán el lenguaje -la repetición de un artículo del Código Civil, como la repetición de un versículo bíblico, procura, siempre una comprensión clara y definitoria del concepto; claridad que le hará forjar la velocidad forense del habla y de su escritura. Hace una treintena de años escribía en los periódicos con limitaciones imprecisas -aproximadamente folio y medio- y el corrector ajustaba el cuerpo de escritura ajustando mi columna a la velocidad de mi habla escrita. Hoy no debo excederme en más de 400 palabras por columna. Y cuando lo pienso me felicito por la liberalidad del lenguaje que encaja todos los días nuestro abandono e incuria.

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