Vayamos, en tiempo religioso, a reflexionar sobre un tema que es gastronómico en esencia, pero que encierra tradición por sentimiento y ejercicio. Me refiero a esas alubias, que bien condimentadas con chorizo y en algún caso, oreja de cerdo, regadas con buen vino y recreadas con guindilla y vinagre, sirven de menú 'obligado' en tiempos de Pasión, una vez que la Cuaresma con su abstinencia ha dejado paso al momento culmen de la muerte de Cristo.
La alubias, sean blancas o pardas, son las legumbres más conocidas de todo el planeta. Se cree que su origen más remoto como vegetal domesticado se remonta a la Edad de Bronce, siendo Perú o México los lugares más primitivos donde se ha comprobado su existencia hace más de 7.000 años.
Su bonita forma de riñón le aporta el toque de distinción, mientras que el cocimiento en puchero, a lumbre baja, le da el rico sabor que tanto 'engancha' al buen degustador de la cocina de la abuela. Apenas tienen grasa, ni colesterol ni gluten, bajas en sodio y sus polifenoles aportan propiedades antioxidantes; a pesar de que luego, el aporte calórico de ese chorizo de orza pueda romper el equilibrio de su compostura saludable, aunque no gustoso. Si en América son frijoles y blancas, en España y sobre todo, en Cuenca, son oscuras y se les llama 'judías', en esa concordancia curiosa de un término alusivo.
Pues bien, es aquí en nuestra ciudad colgada donde, en todas sus comidas o cenas de Hermandad, tiene por 'excelente costumbre', tomar unas judías con chorizo a golpe de vino de La Mancha, luego unas chuletillas y al final, la torrija semansantera. Un menú excepcional del que todos disfrutamos. Por eso, la cena del Jesús de las Seis o Nazareno del Salvador, este pasado lunes, ha vuelto a ser, punto de encuentro, de concordia, de alegría y de convivencia entre los cofrades que al canto de ¡Viva el Hermano Mayor! redoblaron en las mesas con el toque de las Turbas para reivindicar su amor y pasión. Todos disfrutamos un año más, esperando que las 'judías de Pasión' aliviaran la preocupación de esa climatología que tanto daño hace cuando roza el desencanto.
Hacerlo en armonía, con amistad y solera, junto a Amador el cirujano, a Evelio, Pepe, Jujo, Piter y un servidor, bajo el disloque de una lluvia no deseada, fue razón de peso.
Es una costumbre conquense, y como tal, rica en tradición y sentimiento, palabras ambas que marcan el equilibrio festivo religioso de una ciudad volcada en cuerpo y alma a su historia; por eso, nuestra Semana Santa es especial y todavía más especial, cuando sus Hermandades comparten ilusión, gastronomía y devoción.