A tenor de los resultados, parece evidente que los catalanes han votado en estas recientes elecciones autonómicas pensando más en las cosas de comer que en las cuestiones ideológicas y patriarcales que habían presidido convocatorias electorales anteriores de este ámbito. Sólo así puede entenderse el importante giro de la sociedad catalana en el voto del pasado domingo. Una mayoría de ciudadanos catalanes han pensado más en la sanidad, la educación o en tantos otros servicios públicos, que en los sueños de independencia que sostenían el mensaje separatista triunfador en anteriores elecciones y ahora históricamente derrotado en las urnas por los partidos que no encabezan sus programas ni con sueños de secesión ni con utópicos estados de apenas un par de minutos de existencia. Con el lenguaje democrático de los votos catalanes se ha manifestado que no están por convertir la independencia en su gran prioridad política y que las locas aventuras del denominado procés ya han llegado a su punto final después, eso sí, de arrastrar al independentismo hasta estrellarse de bruces en unas elecciones históricas.
Ahora, y por delante, se abre un período en el que también habrá que esperar una respuesta histórica por parte de los triunfadores de las elecciones, comenzando por el claro ganador de las mismas, Salvador Illa y los socialistas catalanes, o un PP que logra salir de la irrelevancia que hasta hoy tenía en el Parlamento de Cataluña. Los dos grandes partidos constitucionalistas están ante una oportunidad histórica, y quizás única, de cambiar la deriva de la política catalana de los últimos años. En las cosas de comer deberían saber alcanzar acuerdos.