La radiografía del momento político español nos vuelve a poner sobre el tapete la imagen del bipartidismo, algo que nunca dejó de estar presente en la trayectoria de nuestra actual etapa democrática, con dos grandes partidos como protagonistas máximos y en disputa de la gobernanza del país como objetivo supremo. Es verdad que en muchos momentos no han sido sólo dos los partidos que han tenido sobre sus espaldas el peso y la responsabilidad de la acción política, encontrándonos con diversos períodos en los que, casi siempre de manera muy fugaz, han aparecido en el firmamento político otras formaciones que parecían romper ese bipartidismo predominante; el CDS que fundara Adolfo Suárez, y otros experimentos de carácter centrista antaño o el finiquitado proyecto de Ciudadanos más recientemente o tentativas hacia los extremos, como Vox en la derecha o Podemos en la izquierda, pero realmente ninguno de ellos, al menos hasta ahora, han logrado romper ese bipartidismo característico de la política española. Como mucho lo más que han logrado es crear un bipartidismo imperfecto como el que ahora tenemos y que no está sostenido en dos grandes partidos sino en dos bloques antagónicos. 
 Hoy, a poco más de un mes de las Elecciones Generales que nos ha adelantado Pedro Sánchez, nos metemos de lleno en ese bipartidismo imperfecto en el cual PP y PSOE lo quieren ganar todo, aspiran a ser el único voto útil, pero se encuentran bajo la evidente realidad de que no hay bipartidismo puro que les garantice la victoria sin contar con otros partidos que serán decisivos para lograrla, ya sea comulgando con Vox a la diestra y necesitando algo más que sumar a la izquierda.