Harto de tertulias, me pongo estos días en el coche las canciones de un pendenciero de 16 años, del Chino Pacas, el último fenómeno de los corridos tumbados, o corridos humildes, una actualización de aquellas canciones mexicanas que escuchaba mi abuelo y que ahora se están comiendo el mercado global. El chaval canta sobre un día a día que no tiene mucho que ver con el mío: violencia, drogas y pandillas en Guanajuato
La música tiene esa capacidad inigualable de trasladarte a sitios a los que no tenías pensado ir y en los que no sabías que te apetecía estar. Cualquier cosa con tal de evadirse por un rato del achicharramiento de estas semanas. Los bajos fondos de la frontera norte de México resultan un territorio apetecible para sacudirse el letargo de un país plomizo, de una sociedad acostumbrada a inventarse dramas, de una atmósfera autista e incapaz de levantar la mirada del suelo.
El Chino Pacas me recuerda la sensación de libertad y plenitud de otras épocas y de otros sitios. Y me recuerda también a Porco Rosso, el cerdo aviador de Studio Ghibli que se ha hecho famoso estos días, pervirtiendo su mensaje para convertirlo en otro eslogan político. Para saber lo que realmente quiere decir, hay que ver la escena completa. Porco está sentado en el cine con un oficial de Mussolini, quien le invita a volver al cuerpo del aire. «Si lo haces, nosotros te ayudaremos», le dice. Porco responde: «Prefiero ser un cerdo a un fascista». El militar intenta convencerle: «Los aventureros han pasado a la historia. Ahora volamos por cuenta de la nación». Y el cochino responde: «Yo solo vuelo por mi cuenta y riesgo».
Y esa es la única aspiración que merece la pena. Que pasen unas felices vacaciones.