Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Otro agosto

27/08/2023

Otro agosto más cerrado. Los veranos se han vuelto (casi) insoportables -agosto era el mes acuático del niño (Nabokov escribió la gran novela del agua en Ada o el ardor) aunque todos hagamos memoria -hacer memoria, como si fuere tan fácil o si fuere lícito retorcerla para obviar los desencuentros- del cloro de las piscinas públicas (tan distintos a los de las playas) y de los azúcares de las bebidas granizadas, quizá en el paseo de las palmeras de Alicante -nadie de Alicante lo llama así-. El clima se revira -más que sublevarse frente al cambio climático (su propio cambio)- y va limando las estaciones -un poco más, un poco más- y en esos ejercicios el calor ha ganado en ultraísmo -siempre más allá-. Procure ir al norte, a Cantabria o Galicia, a las Canarias -pero uno es de la tierra y fruto de esa tierra, del calor de Castilla, sería sólo un respiro breve, siempre uno está cómodo adivinando el frescor de la noche tras un terrible mediodía, se paga un peaje, no es igual beber el vino de la tierra en otra de paso, el nacimiento -incluso la adopción- imprime carácter. Y el nuestro es el de un calor categórico. Frente a la categoría los recuerdos ayudan -los ajustamos para que la memoria sea casi como un triunfo- y dejan la estela del amor adolescente (¡cuánto tiempo hay para amar en verano; cuántas horas de luz y atardeceres; qué de noches adivinables en aquella nuestra adivinación preñada de sueño por un leve parpadeo!) y hasta los recuerdos agrisados renacen ahora como en una fogata dativa de color. Cerramos agosto; quiero decir que lo cerramos sin liberalidad, lo cerramos por fuerza, ya no por el calor, intimados por nuestra edad, quizá (o no) como un tiempo perdido que ya no vuelve -y cuando éramos chicos sabíamos que volverían los granizados y los amores corteses (¡quién dijo que el amor cortés era muy poco, cuando en verano y en grupo, pedir poco era imaginarlo todo!)-, y en esa falta de retorno se nos hace por ello más tedioso, nada disturbado, aunque gravoso y penable. Y así el calor se nos dobla de calor y hasta hoy nos proscribiría lecturas de otros veranos más jóvenes, como la Ada de Nabokov. Queremos un calor fugitivo y al tiempo un calor que conforte los hielos de la edad. Quizá lo sea el próximo agosto pese a que anuncie un poema de desdichas.