Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El tufo

19/06/2021

En una sesión parlamentaria, don Carlos Solchaga, citó a Macbeth para desarmar a la oposición. Lo hizo mal (Fraga citaba a Shakespeare de memoria por parecerse a Churchill) en el fondo y en la forma. Solchaga habló de Faulkner (El ruido y la furia) sin remitirse al lamento que el rey pronuncia al saber que la reina ha muerto. «La vida... es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada». En la edición de Ángel-Luis Pujante hay una nota a pie de página a propósito de los célebres versos. Se limita a puntear algunos versículos que no reproduce  -y hace muy bien-. Remite a Job («Tú que en tu furor te desgarras a ti mismo»); a Salmos («...y mi existencia delante de ti es la nada»); al Eclesiastés («...del necio no se hará eterna memoria») y a San Mateo («Esta generación mala y adúltera, busca una señal, más no se le dará sino la señal de Jonás») -hay un libro extraordinario del que fuera cardenal Martini, ignaciano, a la luz del Evangelio de Mateo-. Pasado el tiempo de aquella intervención de Solchaga (no llegó a ser discurso) como de los trabajos de Fraga («la política hace extraños compañeros de cama»; en realidad, Churchill y Fraga sabían en La Tempestad: «La miseria depara al hombre extraños compañeros de cama» -y Fraga apuntilló con Groucho Marx: «No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio») vivimos otro tiempo, tan poco ilustrado, que en pandemia («sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor») Pedro Sánchez se atrevió al remedo -o por mejor decir, caricatura-. Desde aquella intervención de Carlos Solchaga, el dicho hizo fortuna entre arribistas e iletrados, que entrando en materia, se aparecen como «ese choque de armas (que) parece anunciar a un hombre de rango», cuando lo que anuncia es al patán titubeante que, por lo general, es miedoso (Macbeth dirá: «¡Aráñate la cara y colora ese miedo, hígados blandos!»). No negaré que los versos de Shakespeare definen cualquier situación de modo inmejorable -hoy, quizá, «y lanzando iguales sílabas de pena (...) busquemos una sombra solitaria donde vaciar de nuestro pecho la tristeza». Pero mejor predicar el optimismo -algo de luz se vislumbra (tuvo el cuajo de hablar del «final del principio»)-. Ahora queda lo dicho por Hécate: «Echadlos. Ya está. Y fuera el tufo».