Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


El puente

05/11/2021

El fin de semana me sentó fatal. Y me refiero al fin de semana pasado, el del puente, lo que puede sonar paradójico por aquello del día extra de descanso. Y aún así volví el martes a la actividad normal con una sensación de aturdimiento generalizado que al principio no supe muy bien a qué atribuir. Tras pensarlo detenidamente, he decidido que hubo dos factores: el primero fue Halloween; el segundo, el cambio de horario. No es que yo sea un enemigo jurado de Halloween ni un defensor a ultranza de las tradiciones autóctonas. A fin de cuentas, Halloween es el gran aliado de los profesores de inglés, entre los que me cuento. Es más, este año se me ocurrió festejar Halloween organizándome un maratón privado de películas de terror de reciente estreno. Pues bien, tuve que abandonar a mitad de la tercera, con la sensación de que una parte significativa de mis neuronas estaba muriendo. Ese fue el primer chasco del puente. En cuanto al cambio de horario, la hora de más que nos inyectaron a la fuerza tuvo efectos adversos. El domingo me levanté con la sensación de ir con una hora de retraso. No sé muy bien cómo explicarlo, pero me pareció que la realidad avanzaba más rápido de lo que yo era capaz de percibirla. Reconozco que pudo ser un efecto secundario de mi atracón de películas malísimas, pero me sentía como en uno de esos sueños en los que te resulta imposible moverte. Fue todo muy angustioso. Luego, conforme los días han ido pasando, creo que casi he logrado dar alcance a la realidad, pero la experiencia me ha hecho adoptar la siguiente decisión para el futuro: puesto que ignorar el cambio de hora, por absurdo que sea, no resulta práctico, he decidido ignorar Halloween, y cuando unos niños vestidos de monstruitos me digan lo de «truco o trato», me voy a limitar a mandarlos a la mierda.