Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Pfizer

25/06/2021

He recibido hace un rato la segunda dosis de la vacuna y sigo sin síntomas. Antes de empezar a convulsionar de fiebre o a desarrollar tentáculos, quiero dejar constancia de que me considero muy afortunado. Han transcurrido apenas quince meses desde aquel horror de la mortandad en las residencias de mayores, del maldito «Resistiré», del arresto domiciliario, del miedo y la incertidumbre, y ya estamos recibiendo la segunda dosis de optimismo y de confianza por vía intramuscular. Es verdad que la herida ha sido profunda, y que no todos hemos tenido la suerte de salir indemnes. Pero la ciencia y la suerte de vivir en una sociedad desarrollada nos conceden la oportunidad de seguir adelante. Hace un año la vacuna era poco más que ciencia ficción. Hoy hasta he podido elegir entre dos tipos distintos, casi como si uno estuviera en el supermercado delante del expositor de los yogures. Le he estado dando muchas vueltas a qué vacuna ponerme y al final he decidido seguir mi tendencia natural a hacer lo contrario de lo que hace la mayoría de la gente. En realidad no creo que haya mucha diferencia entre una marca y otra. La auténtica diferencia es contar con una vacuna en tan poco tiempo y poder dejar todo esto atrás. Además de diezmados, el trance de la pandemia nos deja muchos reveses financieros y un profundo trauma del que tardaremos en recuperarnos. Al principio de todo esto, un amigo me dijo: «Esta va a ser nuestra guerra civil». Y no iba desencaminado. Ahora solo queda esperar que la posguerra sea corta y que la lección está bien aprendida. Uno es escéptico por naturaleza, pero parece que la dosis de Pfizer que me acaban de inocular llevaba incluidos en su fórmula unos microgramos de esperanza.