Les quiero pedir disculpas. Hace unos meses puse en negro sobre blanco, en esta misma columna, que el nuevo Hospital de Albacete se inauguraría antes de las elecciones del próximo 28 de mayo y no será así. Las culpas se las podrán echar a lo que sea y a quién quieran, pero lo cierto es que, a esta esperadísima infraestructura local -sin duda la más importante por demandada y necesaria- aún le restan bastantes meses para colocar en su tejado la tradicional bandera española que celebra el final de sus obras. Y es aquí, sin que sirva de precedente, donde debemos de felicitar al presidente Page por no haber sucumbido ante la tentación de cortar la cinta de sólo una fachada o un aparcamiento, como ya sucedió con el Hospital de Toledo y hasta en tres ocasiones. Parece que las críticas que aquello le acarreó le han servido de lección para no cometer de nuevo un error garrafal en el que se cae cuando se piensa en votos más que en pacientes. Debo de felicitar, y lo hago, al máximo dirigente autonómico por haber aceptado deportivamente que la magnífica construcción -que le podría haber congratulado con parte de ese electorado albaceteño que dejó de confiar en él tras sus mentiras, desprecios y bravuconadas en plena pandemia- no estará a tiempo antes de unas elecciones, al parecer, nada claras en pro de sus intereses. Pero también sabe que ésta era su gran promesa electoral para y con los albaceteños y que, para desagracia de todos, no será realidad hasta no se sabe cuándo. Lo de que las listas de espera para que, a cualquiera de nosotros, nos revisen la vista supere los 12 meses o que no haya forma de que un mortal de esta región consiga que le den una cita para hacerse una ecografía es, sin duda, un problema más importante a la hora de valorar una sanidad pública regional que debería ser la principal prioridad para un Page más preocupado por no haber podido estrenar una flamante edificación que por mejorar y salvar la vida de sus votantes y, también, de los que no lo son.