Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Dos rombos

18/06/2021

Estoy tratando de poner por escrito, y de paso ordenar, mis ideas sobre la escritura, y me sorprende comprobar que son más numerosas de lo que creía. No en vano son ya cinco décadas de experiencias acumuladas, primero como lector, luego como escritor y, más recientemente, como profesor de talleres literarios. Escribir sobre lo que uno ha vivido supone mirar hacia el pasado, y al hacerlo siempre aparecen recuerdos que te sorprenden. Es como cuando te da por revolver los cajones de la casa paterna y das con una foto que te muestra gordinflas y bobalicón, en pantalón corto y con el flequillo trazado con tiralíneas. Pero volviendo a mis recuerdos como lector, lo más llamativo es su antigüedad, pues hay varios de ellos que corresponden a la época en que todavía no sabía leer. En uno de ellos, mi maestra de párvulos se queja de lo lerdo que soy. En otro, me hallo sentado en las rodillas de mi padre mientras él me lee el Pumby. No puedo precisar mi edad, pero es domingo y acabamos de volver de misa, de eso estoy seguro. De lo que no conservo ningún recuerdo es del momento en que me di cuenta de que sabía leer por fin, y eso me frustra, porque quedaría muy bien en el libro que estoy escribiendo. Casi estoy tentado de inventármelo, de contar una trola, que es lo que mejor sabemos hacer los escritores. Podría contar que aprendí a leer con cuatro años, que lo hice sin ayuda, y que el primer libro completo que leí fue una edición del Quijote que había en la estantería. Pero me temo que no va a colar. Lo único que yo sabía leer por entonces eran los dos rombos que salían al principio de El fugitivo, porque significaban que mis padres estaban a punto de mandarme a la cama.