Antonio García

Antonio García


Saltarse la cola

25/01/2021

La vacunación en las españas ha vuelto a refrescar la locución «saltarse la cola», uno de los deportes más arraigados en nuestras costumbres colectivas. Todos hemos padecido alguna vez ese enojoso arte de birlibirloque: digo padecido porque doy por hecho que mis honestos lectores no han sido nunca los ejecutores de la maniobra. Nos hemos puesto en la cola de una caja, de una ventanilla, para pagar o demandar una atención, y de pronto ha surgido un pequeño tumulto, un runrún de voces: es que alguien se estaba colando. Las reacciones de unos y otros participantes de la secuencia son variopintas, pero pautadas: el que es pillado infraganti unas veces se disculpa alegando que desconocía que esa fila humana era una cola; otras, apelará a nuestra comprensión diciendo que tiene prisa, y otras recogerá impertérrito los denuestos del resto del personal, sin moverse del hueco usurpado, a no ser que se recurra al linchamiento. Una variante de esa picaresca consiste en saludar a un conocido de la cola y ya no moverse de allí, ejercitando el arte del disimulo. Los afectados, por lo común, se muestran como curiosos testigos, porque delegan en la voz cantante que denuncia a gritos la incidencia; el castigo final, si lo hay, es el humillante paseíllo que hace el infractor volviendo al último sitio de la cola. Algunos de nuestros políticos no han necesitado de todo este escenario para consumar su delito: se han limitado a arremangarse para que les pinchen antes que a nadie, aunque las justificaciones han variado sensiblemente: no lo hicieron por propia voluntad sino porque les obligaron. Todos tienen en común la desmesurada envergadura de su morro.

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