Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Todos los gatos

08/10/2020

Debajo (o detrás) de la mascarilla todos los gatos son pardos. Es una convicción a la que he llegado después de observar detenidamente a muchas personas por la calle, lo que me ha valido más de una mirada desafiante, incluso algún que otro exabrupto. Desde la obligatoriedad de usar la mascarilla, venía notando yo que el atractivo físico de la población parecía haber aumentado de forma notable. Antes uno se cruzaba con gente guapa de vez en cuando, pero la mayoría de los viandantes eran del montón, con un número no desdeñable de feos para completar la estadística. Y de repente las guapas y los guapos son multitud. ¿Acaso uno de los efectos no descritos de la Covid-19 es aumentar la belleza de quienes se contagian del virus? Como buen albaceteño, apliqué la navaja (la de Ockham) en busca de una hipótesis más plausible. Y resolví que la culpa de este embellecimiento repentino y general es de la mascarilla, y no porque esta oculte la mitad de nuestras miserias físicas, explicación burda amén de inexacta. Lo que ocurre es que los seres humanos tendemos a concentrar la poca o mucha belleza que nos ha sido concedida en la zona de los ojos, las cejas y la frente, que viene a constituir la planta noble del rostro. Los rasgos menos agraciados, cuando existen, suelen habitar la planta baja y el sótano, es decir, las inmediaciones de los orificios de la nariz y de la boca, como si la belleza tendiera a las alturas mientras que la fealdad, mucho más común y mundana, descendiera por efecto de la fuerza de la gravedad. Nadie sabe cuánto más va a durar esta época de pandemia y mascarilla. Consolémonos pensando que al menos estas calamidades han servido para cerrar la brecha entre los guapos y los feos. Otras brechas, por desgracia, siguen creciendo.