Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La mar

03/12/2022

La escritura es musical o es nada. Uno, sin saber leer música, cae en toda red wagneriana. Alex Rosas habla de Conrad y de su personaje Freya, nombre sacado del Anillo, que «toca feroz música de Wagner en medio de las ráfagas de destellos cegadores»; y en Nostromo -la mejor de novela de Conrad- la maldición de la plata robada es la misma que va unida al oro robado en el Anillo de Wagner, porque la avaricia no sólo derrota a los protagonistas de la novela, «sino que también excluye el amor como una fuente redentora». La escritura es musical. Uno puede tener una rudimentaria presencia bíblica y elevarse por la teología de Ratzinger, dejarse llevar por la belleza roturada, por el cuidado del detalle y el buen sentido, no sentirse tan náufrago en el mar viril de Conrad (y una de de las paradojas del jesuita Francisco I lo es que Ratzinger, en la doble teología bonaventuriana sobre Francisco, hable «no de un santo cualquiera...y sí de un anticipo en su persona que, en cuanto forma de vida universal, aún pertenece al futuro»; y haber ligado una prédica franciscana para con la Iglesia a un mar tan arisco y destemplado como es el ignaciano) que hay que vencer por fuerza. Y por eso Josep Pla hablará del mar de Conrad, como «un mar que no se puede adonizar, ni convertir en soneto ni menos aún en una peroración adversa». Pero estaba en la gramática. No saber leer música o ser vacilante en la conjugación de los verbos en nada afecta a la musicalidad de la escritura -la gramática es aventura y es, por ello, sentimental; la gramática de la creación es el mar de Conrad, aquel capitán de barco retirado, que se abre camino en lengua inglesa y que «poseía un ritmo insistente semejante a un conjuro»; Alex Ross examina las ideas recurrentes, las frases rodando en oleadas, las ideas que reaparecen y evolucionan de forma motívica-. Y la música en escritura será redención, pues el magisterio oral es antecesor a su notación de partitura. Como escribió Pla de Maragall, «no es un melódico; es un sinfónico. No es un versificador; es un poeta». Y a esa mar hay que ir con hambre.

ARCHIVADO EN: Novela, Benedicto XVI