Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Antepasados

18/12/2020

Existe una empresa llamada MyHeritage que se dedica a analizar el ADN de la peña. Esto no lo hacen para determinar posibles paternidades fraudulentas, sino porque a los norteamericanos les gusta mucho conocer sus orígenes étnicos. Si un nativo de Wisconsin se entera de que tiene un 50% de italiano, un 30% de noruego, un 15% de polinesio y un 5% de indígena americano, probablemente se pondrá tan contento que invitará a todos sus amigos a cenar para poder contárselo. Aquí también hay gente que recurre a los servicios de esa empresa. Lo sé por un amigo muy interesado en asuntos genealógicos. Él me contó que la prueba es tan discreta como sencilla: por un precio asequible a todos los bolsillos, recibes en tu casa un kit que incluye, amén del manual de instrucciones, un par de bastoncillos y unos frasquitos donde guardarlos. Acostumbrados a ver pruebas PCR por televisión, uno podría temer que los bastoncillos hubiera que introducirlos por las fosas nasales y profundizar hasta el hipotálamo. Pero no. Basta con frotar con ellos la parte interior de las mejillas. Y al cabo de unas semanas te remiten la receta más o menos exacta de tu cóctel genético. Mi amigo me confesó que se había sentido poco decepcionado, pues su mayor ilusión era tener antepasados judíos y se ha quedado en vizcaíno-aragonés. Yo también me he estado plateando la posibilidad de mandarle a MyHeritage unas muestras de mis mofletes a ver por qué latitudes se enroscaban la boina mis ancestros. Me haría ilusión saberme descendiente de sarracenos, de visigodos o de algún vikingo de los que saquearon Sevilla en el año 884. Al final he decidido no arriesgarme. Es preferible seguir soñando con un ADN misterioso y exótico antes que salir de dudas y descubrir que ninguno de mis antepasados nació más allá de la localidad de Atapuerca.