Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La aspirina

18/03/2023

Los ejércitos derrotados sepultan sus estandartes. Cuando un pueblo atisba el genocidio entierra sus libros. Hay como un mandato proverbial de cuidado -la última razón en la derrota- para aparecerse de nuevo inopinadamente, remaneciendo, el estandarte asido con nueva fortaleza, el libro desenterrado fructificando otra vez. No conviene confundir la novedad de los tiempos -tiempos modernos- con derrotas incontestables. Ryszard Kapúscínski añoraba la gente oriental, «su proverbial paciencia, su extraordinario aguante y su pétrea resistencia». La bóveda constitucional aguanta y a su modo es pétrea. Uno pasa por entre el ruido de las semanas -un ruido inmoral- y no es capaz de padecer o soportarlo todo -o una parte- sin alterarse. En su despacho de trabajo o su biblioteca hay estandartes sepultos y libros arrumbados. En realidad lo están por decisión propia -no hay abandono, pecado o negligencia- y como nuestra farmacia doméstica para sentirnos enteros -en todas las casas hay un rincón o estante de farmacia -se apilan fármacos caducados y los hay previsores (nos sacaron de un apuro) y a otros les tenemos fe familiar y confianza- al que vamos para reparar la salud-. En ese armario parece habitar una alegoría -«quién reúne saber reúne dolor»- como la caja de resistencia de los obreros en huelga. En la casa de uno, en la casa propia, hay estandartes y libros que, de vez en cuando, de manera inopinada, remanecen un día para sorpresa de nuestros hijos -son esas cosas de familia a las que no dimos importancia, o vimos como engorrosas, que orillamos en nuestro moderno tiempo- y para nuestro pudor nos intiman de terminante modo -o no tanto-. Una sentencia fundamentada en un equilibrio asombroso, una parrafada musical escrita de un tirón irresistible, una fotografía de la que hoy hacemos reparo, un protesto de ignorancia, un sello de farmacia propio que nos alivia frente a los brutos. Y si uno hace memoria recordará la casa de sus padres y de sus abuelos y de los hermanos de éstos y aquéllos -y en esa memoria podrá desenterrar libros y estandartes que le procurarán ver que nada está perdido-. Y una simple aspirina te devolverá la forma.