Antonio García

Antonio García


Adelgazamiento

28/12/2020

Hace unos días recibí en el buzón la edición última de las páginas amarillas. La novedad es que este año el ejemplar cabía por la ranura del casillero, a diferencia de otros en que tenían que dejarlo al pie de la pared o en la puerta de casa. El formato actual, del tamaño del antiguo Teleprograma, desplaza a las guías anteriores, con grueso lomo, que en la grandes capitales constituían auténticos mamotretos enciclopédicos. El progresivo adelgazamiento de estos contenedores de dígitos y direcciones tiene su correspondencia en los periódicos, que ayunos de publicidad, reducen su número de páginas -al tiempo que el grosor del papel- hasta convertirlos en los anoréxicos ejemplares de ahora, febles como como un folleto comercial. Ni el ABC con su grapa, que era el más voluminoso de todos, se ha librado de la pérdida de grasa. Mal que nos pese, este desmedro no es más que el anticipo de una inminente extinción, extinción a la que no son inmunes otras costumbres o formas de relacionarnos que, como la prensa o el teléfono fijo, se nos antojaban eternas, o al menos más duraderas. Este año las navidades se han adelgazado mucho, por motivos preventivos, pero su cuestionamiento ya venía de atrás y la excusa del virus sólo ha servido para apuntalarlo; lo mismo cabe decir de una magra monarquía cuya duración sólo depende de un gotero que los eutanásicos pueden apartar en cualquier momento de un manotazo. Según envejecemos, asistimos en nuestro entorno al adelgazamiento de lo que parecía inmutable, lo que no está ni bien ni mal, sino que tiene la irrefutable inercia de la evolución. Los únicos que no adelgazamos somos nosotros y los niños de San Ildefonso.

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