Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


‘Tempus fugit’

08/10/2021

Volvía yo del instituto cierto día (hace de esto muchos años) cuando me crucé con dos adolescentes. «¿Has visto?», oí que uno de ellos le decía al otro. «Un profesor». Aquello me conmocionó porque por entonces yo apenas llevaba unas semanas trabajando en la enseñanza, y me pareció increíble que aquel lapso tan breve hubiera dejado en mí una impronta tan visible. Me consolé pensando que todo se debía a las gafas y al maletín. De las gafas nunca me he librado; del maletín, por suerte, sí. Luego me acostumbré a que los jóvenes me identificaran como docente a simple vista, pero empezaron a preocuparme otras cosas, como las fórmulas de tratamiento. Aun hoy, los chicos mejor educados me preguntan si me deben tratar de tú o de usted. Yo siempre les respondo que se dirijan a mí como más natural les resulte. Otra cuestión son sus padres, quienes, al igual que les ocurre a los hijos, se han mantenido en la misma edad mientras yo sumaba años. Me resulta bastante traumático cuando los padres de mis alumnos me hablan de usted, porque entonces caigo en que esas personas, por edad, podrían haber sido perfectamente alumnos míos. Mi padre era maestro y casi siempre daba clase a los niños más pequeños. Cuando se jubiló, con 65 años, algunos de sus alumnos lo llamaban «abuelito». Ahora que mi propia jubilación ya comienza a divisarse, me doy cuenta de que también yo debo parecerles un abuelito a algunos de mis estudiantes, lo que en absoluto se compagina con el modo en que yo me siento, que es juvenil, transgresor y roquero. Sobre cómo uno se percibe en contraste con el modo en que lo ven los demás, también he comprobado que algunas personas de ideología conservadora empiezan a decirme que suscriben las opiniones que vierto en estos artículos. Esto me preocupa un poco. Pero solo un poco.