Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Vivencias

26/02/2021

En los talleres literarios que imparto siempre les aconsejo a los alumnos que conviertan la experiencia personal en materia prima de la ficción. En esto aplico el principio de que es preferible escribir de cosas que uno conoce, bien por haberlas vivido o por haber recogido testimonios de primera mano. También les recalco que la escritura es un ejercicio de libertad (tal vez uno de los pocos que existen), por lo que deben evitar los límites y la autocensura. Algunos protestan y me dicen que les causa pudor escribir sobre temas como el sexo, la enfermedad o la familia, o al menos hacerlo usando sus vivencias y recuerdos. Tampoco entienden la necesidad de convertir a sus parientes cercanos en personajes de un cuento o de una novela. Temen exponer sus intimidades al escrutinio público, o que ese familiar que no ha salido muy favorecido les pida explicaciones o les retire la palabra. En este punto explico que al ejercer de cronista de la propia vida uno tiene tomar algunas precauciones, y la principal de ellas es acordarse siempre de los nombres. Resulta útil, además, modificar fechas, situaciones y cualquier detalle que señale de forma inequívoca a una persona de carne y hueso susceptible de mosquearse y ponernos una demanda. Pero creo que les provoca mayor reparo es narrar sus intimidades, con o sin cambio de nombres. Sin embargo, no hay modo mejor de convertir a un personaje en una persona de carne y hueso que prestarle algunas de nuestras vivencias. Para la semana que viene les he pedido que narren una situación en la que un personaje hace el ridículo, y que empleen para ello los recuerdos de situaciones ridículas que ellos mismos hayan vivido. Me he propuesto romper el hielo con un texto propio en el que narraré alguna de mis vivencias más ridículas. Estoy seguro de que no me va a faltar inspiración.