Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Alpetea

30/10/2020

Desde Alpetea se ve media España. Sin exagerar. También lo entendió así José Luis Sampedro poniéndolo en boca del Cacholo, ganchero de El río que nos lleva: «¿Ves aquel monte de enfrente, Irlandés, el más alto de tos, a la derecha del río? Pues allí estaba el castillo de Alpetea, el del moro Montesino». El Montesino era un capitán moro «que tenía negros a los cristianos. Pero un día la Virgen se apareció en Cobeta a una pastorcilla que le faltaba una mano y mandó a que la viera el moro. Total, que al ver el milagro de la manquita curada se pasó a cristiano y echó a los moros y se hizo el rey de esta tierra».
El Cacholo era monárquico y siempre terminaba igual todas las historias. En este caso, la leyenda iba bien tirada con la pertinente adaptación. En puridad, fuera de la ficción hay versiones mucho menos apasionantes. Nos habla de una forma rocosa que desde lo lejos parece una gran fortificación. Los que acuden por primera vez y se asoman a esta gran balconada del Alto Tajo piensan casi hasta el final que se van a encontrar allí un castillo. Aunque cuando llegan al puntal no ven ninguna fortaleza, no conozco a nadie que salga de allí decepcionado. La inmensidad del paraje gana por goleada ante cualquier idea prefijada de antemano. También es parte de la historia más reciente; Alpetea fue un enclave estratégico durante la Guerra Civil que permitía controlar el puente de San Pedro. Desde lo más alto, ganando el sitio incluso a los propios buitres, se tiene una visión de todo el contorno en la confluencia de los ríos Gallo y Tajo. Y allí se enzarzaron los requetés con los republicanos. El puente de San Pedro era clave para garantizar el paso del Ejército Nacional camino de Molina y, ante la posibilidad de que lo volaran los milicianos, los requetés lo tomaron como un punto de apoyo fundamental desde donde continuar las escaramuzas.
Para llegar a Alpetea hay que partir, si buscas la localidad más cercana, de Villar de Cobeta, una coqueta y bien cuidada pedanía de Zaorejas. Depende de dónde vengas, es más difícil llegar al Villar que al propio castillo, cuya pista inicial está en perfecta conservación hasta casi asomar al abismo. Si estás en plena ruta y en el puente de San Pedro decides subir a Villar de Cobeta te vas a encontrar con una de las muchas joyas que también tiene el Alto Tajo: la CM-2113. Es una carretera de titularidad autonómica con más baches que las del viejo oeste americano. Hace unos días que se lo recordé al consejero de Desarrollo Sostenible, José Luis Escudero, sin encontrar respuesta. En plena pandemia, dirán que la cosa no está para carreteras. Pero ni antes, ni después, que el mal estado de la vía no es de antes de ayer. Si sales de Molina de Aragón, tendrás doble ración, al atravesar otra carretera, la CM-2015, en la que los venados apenas distinguen si han salido ya de la pista forestal o han comenzado a pisar el asfalto. Me indican que empezaron a asfaltar por el principio, hasta el centro de interpretación de Corduente, con serias dudas de cuándo llegará hasta Zaorejas, pulmón del Alto Tajo desde donde se distribuye a los turistas a Huertapelayo, al Hundido de Armallones, al salto de Poveda o a donde el turista considere.
La pandemia debe hacernos priorizar lo esencial: la salud y la economía. Sin embargo, no debemos despistar otras oportunidades que se han visto reforzadas estos meses ante el impulso que ha tenido el turismo rural. Al virus habrá que despedirle algún día y en ese momento tendremos que estar bien posicionados con los deberes hechos. Si nos limitamos a confiar en la atracción del increíble patrimonio cultural, volveremos a fracasar en el intento.