Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Libros, hijos y perretes

21/10/2022

Añoro aquellos tiempos en que mi hijo tenía cinco o seis años y cada sábado me acompañaba a hacer la ronda por la librería Popular. Era la época en que el inolvidable Juan Valero todavía no nos había hecho la gran putada de morirse, y siempre salía a recibirnos con su sonrisa de oreja a oreja y esa expresión chispeante y un poco gamberra. Enseguida nos poníamos en modo Torquemada y añadíamos algún título a la lista de libros que deberían arder en la hoguera, en una gran pira formada por todos los libros de mierda, aquellos que nunca debieron escribirse y aún menos publicarse, y que deberían quemarse cada 23 de abril en desagravio a Cervantes y a todos los buenos escritores que en el mundo han sido. Con estas cosas tan poco edificantes echábamos la mañana, y me pregunto en qué medida este talante subversivo no influiría negativamente en la educación de mi hijo en aquellos años tan vulnerables, porque el niño se reía con nosotros como si compartiera plenamente cada una de nuestras coñas. Ahora Juan Valero no está y mi hijo, a sus 27 años, prefiere pasar la mañana de los sábados a su aire. Sin embargo, yo sigo yendo a la librería, casi siempre en compañía de Frankie, mi bichón maltés. Aclaro que lo primero que hago es tomarlo en brazos. «Lo puedes dejar en el suelo», me asegura el personal de la librería. Yo doy las gracias y explico que el perrete se pone nervioso. En realidad, el nervioso soy yo, pues temo que Frankie aproveche un descuido mío para mearse en un expositor repleto de libros de Dolores Redondo, de Megan Maxwell o, dentro de poco, de la última ganadora del Planeta (cuyo nombre no recuerdo ahora mismo). Estaría bien como homenaje a Juan, aquel gran librero cuyo gusto literario siempre fue irreprochable, pero siempre correría el riesgo de que el libro salpicado fuera uno de los míos.

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