Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Suspiro

23/01/2021

El hielo gris de las aceras se fundió al fin como un detergente moral sobre el hastío frente a la pandemia y a la economía desarbolada. Todo era gris. Pese a estar en invierno recordé de seguido el verso de Eminescu («Gris es la tarde de otoño; sobre los lagos el agua gris») y aquella bellísima alegoría («Pasan hormigas que llevan en su boca grandes sacos de harina») que permite al agrisado padecer una oportunidad de bienes -nieve y bienes-. Eminescu traza su gris como una ensayada lejanía, como un anhelo romántico, como en un curioso gesto de prelado. Echa en falta a la Grecia remanecida en Roma y en Memento mori miraba más allá del gris de los lagos y suspiraba por los pueblos idos: «Y de grises valles de caos colonias de mundos perdidos»; antes se lloraba menos y se suspiraba más; suspirar es más elegante; Eminescu intensamente quiere recuperar aquellos pueblos perdidos, no llora la imposibilidad de recobrarlos, aparta la fatalidad (de nuevo el gesto de prelado) y suspira casi como un deber. Los días posteriores a la nieve, los días del hielo, y los últimos días de suciedad gris, he visto a mis vecinos suspirar por un tiempo menos vencido -y al cruzarme con un corredor de fondo, he visto otro suspirar resistente- y a nadie le atisbé el haber llorado en privado y en casa -hoy sólo lloran los muñecos del corazón, ayer rotos, mañana ensoberbecidos de una fama bastarda-. En la Dacia, el trasterrado de Augusto, suspiraba por el perdón del césar -Ovidio murió en Constanza, a orillas del mar Negro, en la Rumanía del sureste; pese al exilio perpetuo, se limitó a sus Tristia, lamentos en verso del destierro-. Agua gris y sucia y hielo. Y el suspiro del compatriota que acaba por ser el detergente moral de la pandemia que vive reciamente -y ese rigor no desdora su quebradizo anhelo que suspira por el tiempo ido; no hace tanto y parece que lo perdimos todo, pese a que volverá la hacienda cosechada y ordenada de los sacos de harina. Y el Ovidio más estoico, sabedor que jamás verá a Roma, endulza su desgracia, al modo en que el gran poeta nacional, agita sus grises y parece decir que los mañanas aumentan los días reducidos en los suspiros de ayer- ya el hielo ido.