Antonio García

Antonio García


Ágata Lys

27/12/2021

Ágata Lys, para quienes ya vamos por la tercera vacuna, fue todo un cursillo de educación afectivo sexual, en una época dichosa en que no existían psicólogos ni pedagogos ni «ostentóreos» feminismos. Desde sus primeras apariciones en Un dos tres, Ágata, de nombre Margarita, como la ilustre Gilda, marcaba las diferencias: sus competidoras en el arte de mostrar pechuga -María José Cantudo, Bárbara Rey, Victoria Vera- eran más estilizadas o delgaditas; Lys -de apellido García- era jamonaza total, el único mito hispano que pudo hacer sombra a Marilyn, a quien imitó en La nueva Marilyn, solo que Ágata era mucho más guapa. Ni esta ni ninguna otra de las películas que le dieron fama -renombre es decir demasiado- estaban a nuestro alcance, pero sí los programas de noche sabatinos donde ella salía, y que ponían en alarma a nuestros padres, cuyo pin parental consistía en cambiar fulminantemente de canal. Otra vía de acceso: las portadas de Lib, Fotogramas o Papillon, nuestras fuentes de interacción digital en la edad que Cortázar llamó pajolítica. Tenía una dicción algo impostada, que con los ojos cerrados podía confundirse con la de Silvia Tortosa o Sara Montiel, pero quién iba a cerrar los ojos ante esa ubérrima presencia. Mucho nos confortaba saber que era virgen, como ella misma había declarado a Amilibia, por lo que nuestro matrimonio con ella -tales eran las fantasías del adolescente- sería un matrimonio casto, bendecido por el amor. Cuando ya pudimos ver películas sin llevar el DNI en la boca, Lys se había reciclado en buena actriz, se codeaba con Mario Camus o Carlos Saura en películas que no nos interesaban nada ni nos provocaban malos pensamientos, que son los buenos.