Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Duelo

09/10/2021

«Todos se desnudan de su duelo» -escribirá Stefan Zweig- y «la lima de la misericordia muerde...el tornillo de la privación cada día más apretado». No es la primera vez que lo digo. Los lectores de Dostoiewski                        -los lectores de verdad- al oír su nombre cambian su mirar y se reconocen de inmediato. Son hombres que han sufrido -como todos los hombres- y que poseen el respeto del dolor -aquí ya no son todos. Dostoiewski escribe al modo en que Caravaggio pinta: sabemos lo que dicen y sabemos también lo que callan -y en el caso del ruso, el silencio y la reserva, sanan nuestra presbicia espiritual. El mirar de sus lectores, cómplice y silente, como militantes de su iglesia, por un instante, es el mirar con el fuego de la fiebre. Jamás tuve una experiencia similar -ya no es literatura; es mucho más: la vida en aluvión, poblada de «blasfemos por hambre de Dios». El lector de Zweig, de suyo acomodado, tolerante con su ligereza, asiste demudado, a su lucha    -el hombre elegante que agita al judío, como de una vida heroica, de Antiguo Testamento- que será incapaz de sobrellevar dándose a la copa de veneno. En ese ensayo Zweig «presiente la santidad de la mano que le azota» y acaba por escribir de sí -el ruso será tan grande como el pretexto del austríaco para cerrar heridas (sus escritos más livianos) cuando sabe- y reconoce- que la herida abierta no cicatriza nunca, bajo la fiebre espiritual, ardiente, del crear. He visto a muy pocos hombres con aquélla fiebre -pero nos hemos visto- un tanto fanáticos de sus propios tormentos, atentos a la redención, escuchando el agua soterraña que fluye y fluye, oyendo -quizá- las emociones secretas del alma. A lo largo del ensayo de Zweig uno espera su juicio y condena sumaria (detestará su escritura de romanticismo y sentimentalismo resabiado) al aceptar «la mano inexorable [la mano del judío] que pone siempre la gota de bilis terrena en la copa del entusiasmo». Zweig se quitó la vida, incapaz de prepararse para vencer unos trozos de pasado, bárbaros, temeroso -y nadie puede culparle de su drama. Y dejó trascripta la fiebre de la redención- dura y de severos pliegues, ya desnuda de su duelo.

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