Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Antígenos

25/12/2020

Se amontonan los comentarios sobre lo impaciente que está todo el mundo por ver terminar el año, y uno no acaba de entenderlo. Estamos de acuerdo en que el 2020 no va a pasar a los anales como el año más feliz que se recuerda. Sin embargo, no comprendo las prisas cuando no existe constancia de que 2021, al menos en sus primeros compases, nos vaya a traer nada mejor que el año que nos deja. Depositamos nuestras esperanzas en las vacunas cuando puede que la propia esperanza sea la más socorrida de todas las vacunas. La esperanza nos protege del miedo y de la angustia y no precisa de conservación a -70º. Su efecto nos hace suspirar por el comienzo del nuevo año como si fuéramos refugiados a punto de alcanzar la frontera entre las calamidades que dejamos atrás y seguridad de la tierra que va a acogernos. El 2021 se nos figura la tierra prometida, y rechazamos la idea de que los meses que se avecinan no vayan a ser muy distintos de los que dejamos atrás. Pero el ansiado fin de la pandemia nos ciega de tal modo que nos impide ver la carretera oscura que tenemos justo delante. Esta Nochevieja vamos a olvidarnos de los propósitos de Año Nuevo. Todas nuestras ilusiones se depositarán en las compañías que fabrican las vacunas, en las administraciones que las van a distribuir, en los sanitarios que nos las van a administrar. Eximidos de la responsabilidad individual, solo nos queda esperar sentados a que los anticuerpos comiencen a llovernos del cielo. Con esta mentalidad proliferarán los comportamientos temerarios, las fiestas prohibidas y los conciertos de Raphael. Los enfermos críticos llenarán las UCI y las cifras de contagios batirán récords. Antes se ha dicho que la esperanza es la más socorrida de las vacunas. Sin embargo, puede provocar reacciones adversas cuando no viene acompañada del antígeno de la responsabilidad.