Antonio García

Antonio García


Sexo y patria

08/02/2021

A propósito de la ley sobre elección sexual, se me han ocurrido -ya ven que yo siempre estoy maquinando ocurrencias- otras situaciones que habría que tener en cuenta, también relacionadas con la libre elección. Sabemos que la condición sexual es puramente aleatoria; uno nace hombre o mujer de buenas a primeras sin poner nada de su voluntad. El interesado, o sea el nasciturus, es el último mono que solo toma decisiones a partir de una cierta edad, antes de la cual la naturaleza, el azar o sus mayores han decidido por él. En ese sentido, la nacionalidad es tan azarosa como el sexo: uno no elige su lugar de nacimiento, de igual modo que uno no elige a su familia. Son muchos los que, en analogía con los que se sienten disconformes con su cuerpo, se sienten incómodos con su país de origen: recuérdese el caso de Cernuda y otros expatriados que tenían a España como madrastra, o el caso más reciente de Fernando Trueba que declaraba no sentirse español. La única opción para escapar de esa atadura era adoptar la doble nacionalidad, previo papeleo burocrático que pese a ello no lograba borrar de todo el estigma. Se era y se es español por bemoles, o porque no se podía ser otra cosa, como decía Cánovas. Yo, hoy más que nunca, siento remotos a mis compatriotas y me identifico con otras naciones más civilizadas, menos gritonas o jocundas. Si desaparece la casilla del sexo en los documentos no veo por qué no puede desaparecer también la de nacionalidad de modo que uno pueda elegir la que mejor se ajuste a su albedrío, sin obligación de justificar nuestra decisión, tan íntima y respetable como la de quienes renuncian a su sexo de origen.