Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


La pala

19/01/2021

La pala no tuvo la culpa. Convertirse en la herramienta de moda, así de sopetón, es algo que puede trastornar a cualquiera. De pasar años, olvidada en los abismos de cualquier trastero, a tener que salir de titular en un partido en el Bernabéu. Y contra el eterno rival. Sus hermanas también corrieron la misma suerte. Se agotaron, salvando la helada cuesta de enero a ferreteros, tiendas de jardinería y esos hipermercados deportivos en los que igual puedes comprar una piragua que un trineo o basura química para lucir como Conan. Eso sí, de momento no despachan perros de tiro. Y en una de ellas fue donde la encontraron y se la llevaron. Y allí estaban todos preparados para un momento histórico. El de Pablo Casado retirando carámbanos de la puerta de un centro de salud madrileño incomunicado por Filomena. Con ella, esa paleta a la que nadie le había advertido que se haría tan famosa que, tras ese fugaz instante, ya nada sería igual para ella y todo su gremio. Pero no todo fue alegría y famoseo. Esa pala, hasta ese momento felizmente anónima, sufrió lo suyo en manos del líder del PP. Cuando el que la compró se la entregó a Pablo, él la miró con extrañeza y, hasta cierto, desdén. «Es una pala», le aclaró su jefe de gabinete. Nadie se cree que tuviera que ver un tutorial de youtube para saber cómo usarla. Tampoco que al principio la esgrimiera como si de Tizona se tratara. O un sable láser galáctico. Lo haría de coña. Todos sabemos que, en el fondo, el delfín de Aznar es un pilongo. El caso es que una vez ya adiestrado en la tarea, se puso a retirar escombro blanco con estudiado afán. Y así estuvo los 50 segundos escasos que exigió la sesión ante la prensa. De hecho, se acortó la labor ante la preocupación de que el gerifalte, demostrando poca maña en su ardoroso manejo, se pudiera hacer daño. Que una esquirla de hielo puede ser muy traicionera, oiga. Una vez finalizado el paripé, alguien cayó en la cuenta de que, además del maltratado instrumento, se habían sufrido unos efectos colaterales que afectaban al propio político. Concretamente a sus pies. Y es que salir a hacer, como que quitas inmensas montañas de nevisca, calzado con mocasines no suele terminar bien. Nadie cayó en ello. Sí, los zapatitos de Casado han pedido ser declarados «zona catastrófica» ante la inmediata -y oportuna- negativa del Gobierno de España. Pero ni un solo renglón sobre los terribles daños físicos y psicológicos perpetrados sobre la ferramenta. Que allí quedó tirada sobre la escarcha, olvidada, cual juguete roto.