José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


La carreta

03/02/2021

Escribió John Donne, con un uso magistral de la analogía y de la metáfora, que nadie va dormido en la carreta que lo conduce al cadalso. La carreta, aquí, simboliza la enfermedad o el abatimiento que nos despiertan el alma y nos abren los ojos para contemplar nuestra cercanía al fin, o también la meditación ya sea serena o atormentada sobre nuestra frágil y fugitiva existencia. Este viaje, a veces corto a veces duradero, que realizamos en nuestro humilde carrocín desde el nacimiento hasta la muerte es la única verdad indiscutible del hombre, no hay otra, que desde Séneca y otros autores grecolatinos se ha recordado en miles de páginas de centenares de escritores. Es el doloroso viaje de la vida.
Desde hace un año, la carreta de Donne bien podría ser la imagen de esta pandemia que estamos sufriendo. Hace unos días, cuando no me había repuesto aún de una enfermedad, unos amigos se interesaron por mi salud y comentamos entre nosotros que de todos los agujeros en los que se cae se sale; cuando no se sale no es hoyo, sino huesa, y a esta, tarde o temprano, caeremos todos. En uno de sus libros, Umbral anotó con una lucidez quevedesca que «la salud es un glorioso error de la naturaleza. Nuestro interior es una incesante conspiración para matarnos, como lo confirma la muerte».
Todos vamos montados en carretas. Con el cansancio de los días y de los años, sucios de polvo y hastiados por la monotonía del viaje, el cuerpo se rinde, acaba por acostumbrarse y casi siempre vamos dormidos, brizados por los vaivenes y sacudidas del trayecto. Asombra observar que muchos, incluso en épocas trágicas como la que estamos sufriendo, se empeñan en no despertarse y prefieren cubrirse de zaleas para protegerse del arrecido viento. Pero ahora no es momento de siestas ni de dormiciones; ahora es momento de estar bien despierto y de contemplar y comprender la trágica magnitud del presente, de abrir bien los ojos y echar una mano a los que van quedándose atrás o atascados en un socavón. Despierte el alma dormida, sí, y abarque con abnegación, altura de miras y serenidad todo lo que acontece.