Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Empeñar la palabra

20/05/2023

Entre empeñar la palabra de uno -el honor propio- y la promesa pública de unas elecciones hay un largo trecho. Hay, sin embargo, una aproximación, cuando el candidato cruza la puerta de un notario y eleva a público su programa. Lo interesante de este actuar es cómo recobrarnos para el supuesto de no respetar la palabra dada o el incumplimiento de las promesas públicas. El honor es algo que se presume y cuando la palabra dada está avalada por la honra, frente al incumplimiento, uno puede llevarse consigo el honor del otro, por cuanto estaba empeñado como garantía del cumplimiento. En ese caso el deshonor puede ser gestionado en privado, pero me parece indeseable hacerlo en público -la privacidad de la falta quizá permita desempeñar el honor que uno se cobró al soportar el incumplimiento de la palabra dada. En política -en toda política, no necesariamente en la presente, yo estoy metido desde hace tiempo en el bienio transformador de Azaña- donde los discursos parlamentarios (sin papeles) asimilaban al diputado con un duelista -antes del combate practicaban a puerta cerrada- las promesas de campaña restaban siempre viejas por el apremio del tiempo. Don Pedro Sainz Rodríguez -que luego fuera consejero privado de Juan de Borbón, primer ministro de Instrucción Pública en Burgos y autoridad indiscutible en la mística española- llevaba oculta una espada en su bastón para caminar, e hizo promesa solemne, entre los suyos, de no desenvainarla, excepto si hubiese ataque en las cortes contra su persona. Cumplió de largo su palabra -y para reafirmarse y contenerse, algo le dijo a don Julián Besteiro, el presidente más prudente y franciscano que dieron -y han dado- las cortes españolas-. Las promesas públicas incumplidas arrostran la posibilidad de cambiar el sentido del voto -la celebración pública de la libertad en el más cuidadoso secreto-. Pero lo del notario ya no está tan claro. Un programa de gobierno elevado a público por un fedatario, caso de incumplimiento, conlleva la facultad de personarse el ciudadano en la Notaría y requerir formalmente al obligado al cumplimiento. Los tres jueces agazapados en el fondo de toda conciencia -el honor, la verdad y la justicia- habrían de dictar su fallo. Y mucho me temo que serían desatacados.

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