Antonio García

Antonio García


Parlamentarismo español

02/10/2023

Obligado por la gripe a ver la tele -de qué, si no, iba uno a mirar las sesiones de investidura-, el irritante espectáculo en el congreso validó la creencia popular de que nuestros políticos han tocado fondo, y de que si la política sigue siendo imprescindible no lo son tanto los políticos que compiten por empañarla. Esta impresión, que nos parece de ahora mismo, no lo es, y basta con albergar un poco de memoria histórica –la buena, no la de desenterrar muertos- para advertir que la raza política nunca tuvo buena prensa entre nosotros. Hace más de un siglo que Azorín, en Parlamentarismo español, hizo el retrato sin acritud de esa clase formada, además de primeras espadas, por zangolotinos, gesteros allegados de provincias en busca de su minuto de gloria, trepas, grandes bigotes muñidores de discursos "ostentóreos", siempre a espaldas de los problemas reales del país, a los que no obstante el pequeño cronista y filósofo miraba con simpatía por considerarlos un reflejo del cuerpo social: los políticos no eran ni mejores ni peores que el resto de ciudadanos. Lo que sí diferenciaba aquella época de la nuestra es que aun en sus trapazas, embaimientos y embelecos, todavía podía Azorín topárselas con un no menguado listado de "buenos y perseverantes políticos", un Salmerón, un Canalejas, un Silvela, un Juan de la Cierva. Nombres que hoy no se van a encontrar ni con lupa, pese a la insuflación milagrosa de lenguas. La tristeza es constatar, como postulaba Azorín, que el cinismo, la mendacidad, la bobaliconería rosa y la incultura general de nuestros representantes, es también la nuestra. Son, mal que nos pese, nuestro reflejo.