Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Nacho

17/03/2023

Acaba de estrenarse una serie en torno a la figura de Nacho Vidal, famoso por estar equipado con un enorme manubrio que lo convirtió en una estrella de la industria del porno. Ha habido otros cipotes famosos (el de Archidona, por ejemplo), pero ninguno como el del astro de Enguera, que incluso se ha permitido el lujo de realizar un cameo en el primer episodio de la serie interpretando el único papel al alcance de su talento, es decir, el de un zanguango pegado a un gran pito tieso. También hemos visto recientemente la serie dedicada a Bárbara Rey, vedette ochentera de voz gutural amén de querindonga del Emérito, y a su esposo Ángel Cristo, un tipo pequeñajo que cobró fama como domador de fieras, aunque nunca logró domar a la fiera más peligrosa de todas, que era la que llevaba dentro. Y no quiero olvidar la serie Bosé, en torno a la vida del elástico cantante devenido negacionista que enamoró a tantas jovencitas de este país, entre ellas mi esposa, con quien tuve un desencuentro hace poco por atreverme a llamarlo fantoche. La cuestión es que ninguno de estos personajes me parece a la altura de su fama, no ya por su falta de ejemplaridad (si por ejemplaridad fuera, Walter White, protagonista de Breaking Bad, nunca se hubiera convertido en un personaje icónico de la ficción televisiva), sino por lo discutible de sus méritos artísticos y el escaso lustre con que han pasado a la posteridad. Muy poca consideración debemos merecerles los millennials a las productoras nacionales cuando nos convierten en destinatarios de series protagonizadas por personajes tan casposos, mientras que nuestros padres disfrutaban de producciones como Cervantes y Ramón y Cajal. Ya se está demorando el biopic sobre Belén Esteban, a no ser que antes le dediquen una serie al inolvidable Chiquito de la Calzada que las redima a todas.

ARCHIVADO EN: Nacho Vidal, Bárbara Rey