Antonio García

Antonio García


Leonor

06/11/2023

Salvo para los aguafiestas de turno, la princesa Leonor se ha convertido en la tabla de salvación de una monarquía que por unos motivos u otros había perdido el respaldo popular y ganado el aborrecimiento de los republicanos de nuevo cuño. Los hados se han concitado en ella dotándole de un carisma del que carece el resto de la numerosa tropa: entre la gravedad del padre, la antipática rigidez de la madre y la vacuidad de las tías (por no hablar de los primos), no hay color: Leonor luce bien hasta vestida de militar y su belleza, que ofenderá a quienes promocionan la obesidad, solo puede favorecer a una institución que depende en gran parte de lo visual, del espectáculo, del rito. En medio de tanta oveja negra, podría ser Leonor la oveja luminosa y guía que logre salvar al rebaño monárquico del matadero al que lo destinaban sus refractarios. Es pronto para el vaticinio: las cosas en palacio van lentas y lo que hoy es una promesa ilusionante podría devenir en rosario de la aurora. Que ello no ocurra así dependerá de su capacidad de elegir entre lo bueno y lo malo, que de sendas alternativas está surtida la casa real. Por de pronto, es una princesa pop (que esperemos que no degenere en Barbie), bien mirada por la gente más joven, siempre necesitada de ídolos inalcanzables y que aleccionada por sus mayores les había perdido el respeto a los cuentos de hadas, de princesas y de sapos. Ha despertado una cierta mitomanía (sin llegar al extremo de la monarquía británica) escoltada por gran aparato de merchandising, entre el que no faltan las tazas, susceptibles de romperse si no se las trata con mimo.