En la última corrida de la Feria de Pamplona, un toro de Miura ha estado a punto de ponerle a los Sanfermines de este año un punto final trágico. El albaceteño Rubén Pinar ha recibido al primer toro de la tarde con una espeluznante larga cambiada de rodillas, en la que el toro lo ha arrollado echándoselo a los lomos y propinándole un zaleo aterrador. Por unos instantes, un tremendo olor a tragedia se ha adueñado del coso pamplonica. Confieso que para mí el rápido traslado a la enfermería sin conocimiento del torero albaceteño ha sido uno de los momentos más duros de mi vida de aficionado.
La cogida ha sido sobrecogedora. Todo ha ocurrido en un instante y me he sentido culpable contemplando el traslado del torero, blanco como la cera, desmadejado y sin conocimiento. Me explicaré; hace pocos días me llamó por teléfono Rubén, con el que hace años -en realidad desde sus comienzos como novillero- que mantengo una buena amistad. Me preguntó si yo podía hacer algo por su inclusión en los Sanfermines, aunque fuera en la corrida de Miura, que era una de las pocas que quedaba todavía sin rematar. Hice la llamada oportuna y a los pocos días la Comisión Organizadora le comunicó al de Tobarra telefónicamente que había sido incluido en la corrida a Miura. Todo perfecto; Rubén no es de los que hacen ascos a ningún hierro.
Por eso, esta tarde, viendo como las asistencias lo trasladaban rápidamente a la enfermería, desmadejado y sin conocimiento, volteado espectacularmente cuando recibía al primer toro de la corrida con una larga cambiada de rodillas, he sentido un latigazo de culpabilidad que me ha hecho pensar: «Nunca más recomendaré a ningún torero». Cuando escribo esto ya sé que Rubén ha recobrado el conocimiento y que ha sido trasladado a una clínica de la capital navarra, en previsión de indeseadas complicaciones.