Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Caníbales

13/10/2023

En Holly, la última novela de Stephen King, los villanos de la historia son una encantadora pareja de profesores jubilados que ejerce el canibalismo. Supongo que los antropólogos se habrán ocupado del asunto, pero reconozco que no tengo ni idea de cuándo lo de comerse a un semejante se convirtió en un tabú cultural y religioso, una de esas barreras que rara vez se traspasan. Salvo que sea por necesidad, claro está, como fue el caso de aquellos jóvenes uruguayos perdidos en las cumbres andinas que sobrevivieron gracias a sus compañeros muertos. Otro motivo que pone al antropófago a resguardo de la condena unánime es que no se trate de una persona, sino de un ser de otra especie, por ejemplo, una bacteria, una larva de mosca o un tiburón, para los que los conceptos de humanidad y comida no son excluyentes, sino complementarios. Sin embargo, me atrevería a decir que todos somos antropófagos en mayor o menor medida. Sin ir más lejos, ¿qué otra cosa es una dieta de adelgazamiento sino un acto de canibalismo en el que, sometiéndolo a privaciones, obligamos a nuestro cuerpo a alimentarse de sí mismo? En un plano metafórico, el canibalismo es uno de los motores de la sociedad. Los hijos suelen devorar a sus padres en una cadena sinfín de antropofagia intergeneracional. Los ricos casi siempre lo son a costa de la grasa y la proteína de los pobres, consumidas por los poderosos en forma de trabajo. Los gobiernos nos canibalizan mediante impuestos que luego redistribuyen de una forma equitativa (o eso dicen) para que todos podamos salir adelante a base de mordisquear las carnes ajenas. En este gran banquete caníbal que es la vida en sociedad, todos servimos de alimento y todos somos comensales, aunque la mayoría tenga que contentarse con sobras, huesos y piltrafas, mientras que los bocados más nutritivos y sabrosos terminan siempre en los mismos platos.