Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


¡Al rico melón!

15/08/2023

A la jefa de La Clá.
Este raro verano apenas hay melones y sandías en los ultramarinos. Al español de antaño le tocabas la raja de melón o de sandía y te montaba un motín. Hoy la carencia de esta rica fruta de verano apenas tiene un hueco en periódicos o telediarios. Dicen los expertos que la climatología adversa de este ciclo (lluvias torrenciales, granizadas o la pertinaz sequía), ha menguado la producción hasta cotas no vistas. España ha sido siempre un melonar. Y no digo de mente, que también. Una vez le preguntaron al profesor Miguel de Unamuno qué le había parecido la clase de ese año en su facultad de Salamanca. Y sin pelos en la lengua, que el filósofo de Bilbao nunca tuvo, contestó: «¡un melonar!». Cuando España era diferente, el melón era el rey. No faltaba, como la desaparecida trucha a la navarra, en el menú del día de las casas de comidas. Y no solo para endulzar el postre. En mi infancia, recuerdo asistir a una boda de alto copete en que se abrió de primero con «melón y jamón de Avila». Ambos casaban muy bien. Hasta que desapareció el maridaje por culpa del español acomplejado. Y qué decirles de aquellos camiones a las entradas de pueblos y ciudades donde se vendían melones y sandías. En Albacete se colocaban en la salida de la carretera de Jaén, camino de las parcelas. Una sombrilla y un cartel de pizarra apoyado en el camión, fijaba en tiza el precio del kilo: unas 25 pesetas; cinco duros de aquellos. Un paisano sentado en una silla de playa, con sombrero de paja, te pesaba el melón en su gastada romana (siempre, por cierto, tirando para su bolsillo). Una imagen de mi niñez tampoco he olvidado. En la vieja Plaza Mayor (hoy imbécilmente arrasada), tras el bello quiosco de prensa de mi amigo Angel Chacón (y Rosa), se alzaba el puesto de los melones que llevaba Emilio. Sobre una ancha lona, el melonero desparramaba a la vista sabrosos ejemplares, vendiendo sus virtudes como un descendiente del Albasit árabe: «nenicas, al rico melón, a la dulce sandía; solo por cinco duros». Y yo con la boca abierta y de la mano de mi madre veía como Emilio la vendía el melón tras catarlos previamente con la mano. «Llévate este Isabel, venga diez duros y pierdo», la decía. Era otra España. Otro Albacete. España ha cambiado el melón por el esturión.