Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


23/J

23/07/2023

Con el íntimo temor de que las elecciones generales de hoy no sirvan para nada y haya que repetirlas en octubre –iniciándose de nuevo la gran boucle en que ha vuelto a caer España, escindida irreversiblemente en dos– vamos hoy a votar, desafiando a los elementos –excepto los cientos de miles que lo han hecho por correo–, con la convicción de que no estamos ante unas simples elecciones municipales, sino ante la opción de dos modelos de Estado, opuestos, por más que digan, en casi todo.
Y, en vista de lo que hay en juego, ¿cómo no evocar el gesto torero, rayano en el desplante, del sagaz aspirante del Partido Popular Alberto Núñez Feijóo, en su cara a cara televisivo con el presidente Pedro Sánchez, sacando, con gesto de prestidigitador, como quien se saca un as de la manga, un pomposo documento y una estilográfica, conminando a su adversario a firmar allí, y en ese momento, el papel por el que ambos se comprometían a permitir gobernar a la lista que mas votos obtuviera? Aquello fue todo un desafío que pilló con la guardia baja al atribulado presidente, que se limitó a despreciar olímpicamente el gesto de Feijóo, basándose sin duda en lo contradictorio del  modo de actuación de los Populares en regiones como Extremadura, o en las Generales donde con su abstención permitieron formar Gobierno a Rajoy.
Muy convencido debía de estar el aspirante de su victoria para lanzar el órdago, pero más falto de reflejos estuvo sin duda Sánchez para no coger el guante al vuelo. Era una oportunidad única de asestar un golpe contundente a Vox y a los independentistas catalanes y vascos que tanto vienen emponzoñando la política española. En la vida hacen falta reflejos y Sánchez no los tuvo. Y es que, de haberlo hecho, los beneficios no habrían tardado en hacerse notar. Pensemos en los votantes de izquierdas que, como Dios (o el Diablo) no lo remedie, se quedan en su casa asqueados de ver a los de Otegi o a los Rufianes mangoneando en las entrañas de un Estado en el que no creen y sacando los ojos al Presidente a cambio de un apoyo, que, como bien anuncian a bombo y platillo, piensan, con esa desfachatez que los caracteriza, encarecerlo considerablemente en caso de que se lo requieran.
Insisto, una pena. Se habría puesto fin, de ese modo, en un debate que habría sido histórico, al final de una extorsión por parte de añorantes retrógrados, y de fanáticos que odian España, sus valores, su historia y su lengua, y a quienes de Pirineos abajo se les tolera lo que de Pirineos arriba en modo alguno les tolerarían regímenes más expertos y veteranos que el instaurado en España en 1978. 
Hablando con amigos socialistas tildan mi postura de ingenua y naïf, aludiendo a la más que posible letra pequeña que, en su opinión, albergaría el documento. Pero, ¿hasta ese punto puede llegar la desconfianza y la aversión entre los dos grandes partidos que han gobernado España durante cuarenta y cinco años como Cánovas y Sagasta durante la restauración decimonónica?
Vemos, pues, que quienes por el bien de su país están obligados a entenderse, una vez más se dejan arrastrar por la inquina, la descalificación y la enemistad personal. Nos espera esta noche más de lo mismo: la tensión, el miedo, la solución perentoria de un voto (como el de 'Teruel existe') pudiera inclinar la balanza hacia un lado u otro. 
Porque aquí, salvo que se produzca el milagro de los panes y los peces, estamos condenados a la misma dinámica infernal; sin que siquiera se pongan nuestros legisladores de acuerdo para implantar una segunda vuelta a la que, antes o después, habrá que recurrir. ¿Volveremos a las andadas? Espero que no sigamos la estela de Estados Unidos o Francia.