Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Intimidad

19/03/2021

Las restricciones de la pandemia nos han cambiado la vida, pero también el carácter. Nunca transformaciones tan drásticas se produjeron con tanta rapidez, en especial la de abandonar los abrazos y los besos a modo de saludo, siendo el nuestro un pueblo tan proclive al sobeteo con el prójimo. A los misántropos de corazón no nos ha parecido tan mal. De hecho, a mí el besuqueo como forma de salutación siempre me había incomodado, pues no acababa de ver la necesidad de rozarme las mejillas con cualquier señora que no fuera la mía, aunque el ósculo posterior se depositara en el aire. Pero sé que hay gente que sufre por verse privada del contacto físico y afirman que echan de menos los abrazos. Dejando al margen a esos moñas, hay otras cuestiones derivadas de las restricciones sanitarias que me provocan una honda y sincera preocupación, pues presiento que desembocarán en alteraciones indeseadas e irreversibles de los usos sociales. Desde mi atalaya de profesor de secundaria, y aficionado como soy a observar la naturaleza humana, observo que los adolescentes no se quejan en absoluto del uso obligatorio de la mascarilla, lo que me asombra bastante dada su inclinación a quejarse de todo lo que les rodea. Pero la constatación de que algo grave está ocurriendo la tuve hace unos días, cuando les pedí a algunos de mis alumnos (de modo individual y cuando estaban apartados del grupo) que se retiraran la mascarilla y me dejaran verles la cara, pues empezaba a temer que, en el futuro, cuando la mascarilla desaparezca, no seré capaz de reconocerlos. Algunos accedieron a mi petición, pero con suma reticencia. Otros, especialmente las chicas, se negaron. «¿Pero por qué?», les pregunté. «Porque es algo íntimo», explicaron ellas. En resumen, para muchos jóvenes de este país, el hecho de mostrar su rostro en público se ha convertido en un acto de impudor. ¿Dónde va a acabar todo esto?